sábado, 22 de junio de 2024

Levantar la Tapa: Hall of Fame 2024

El Hall of Fame más glorioso de la historia de la música cuestionable vuelve otro año más, y ya van diez. Lo que comenzó como una chorrada de un grupo minúsculo de personas de dudosa calaña se ha convertido en absolutamente nada más que lo que era allá por 2015. Sin ánimo de desautorizar a Mercedes Sosa, pero si hay un contraejemplo a eso de que "todo cambia", somos tus amigues de Levantar la Tapa.

88 entidades perforatímpanos han engrosado nuestras filas hasta ahora; un número redondo en ciertos grupos de Telegram, sí, pero que se queda corto visto lo prolijo del universo anti-pop en el que nos movemos. Lo cosmológicamente coherente es que nuestro firmamento se encuentre en continua expansión, que aparezcan nuevos astros para eclipsar a los ya consagrados: estrellas fugaces como Farina o Blood of the Black Owl, cuya inclusión resultaba ya casi inexplicable minutos después de producirse; agujeros negros como Joe Exotic o nuestro fan nº1 Luixy Toledo, con una mitología en la que es fácil perderse; y por supuesto rutilantes estrellas como Romano Aspas y Leticia Sabater, cuya luz seguiremos humildemente y por siempre como girasoles.

Siete de esos girasoles se reunieron en cónclave una vez más para poner en común sus dispares criterios y lanzarse balas rellenas de ántrax durante casi tres horas. Tras incontables traiciones, elecciones maquiavélicas y algún troleo de última hora como el que alejó, otro año más, al entrañable Adriansito, el Mini Daddy, de la inmortalidad, dimos con un listado con el que todo el mundo quedó aproximadamente conforme, que es a lo más que podemos llegar.

Sed, pues, testigos de nuestro acuerdo. Costó sangre, sudor, lágrimas, y alguna que otra carcajada, la verdad.

Álex Ubago


Álex Ubago sufre para todo: con esa cara de corderito a las puertas del matadero (en la foto de arriba parece totalmente ajeno al gloryhole que se abre a centímetros de él, tal es su angustia) es fácil imaginarlo teniendo una crisis existencial en el Aldi sujetando un bote de Nutella en una mano y uno de Nocilla en la otra. El vitoriano fue la dosis de depresión que necesitaba España en pleno éxtasis post-OT, una jeringuilla llena de morfina para adormecernos entre tanto "Ave María" y "Cuando tú vas". Su huella es imborrable: empezar a juguetear en un piano con un acorde de Do mayor alerta a las personas a tu alrededor de que se viene una performance de "Imagine" y harían bien en huir tan rápido como le den sus piernas, pero cambia ese Mi a un Mi bemol y de repente "Sin miedo a nada AKA Me muero por conocerte" is coming, convocando a una turba dispuesta a echar una lloradita bien a gusto.

Puede que esté infravalorado su papel para encarnar una masculinidad sensible, igual en exceso: la energía que irradian canciones como "Aunque no te pueda ver" tiene el efecto adverso de pintarlo como un turras en el mejor de los casos, como un nice guy nocivo en el peor. Ubago es la viva encarnación del pagafantismo recalcitrante, ejerciendo la paciencia del santo Job para ver qué migajas recoge, haciendo himno tras himno a la friendzone con una inocencia tan angelical que en temas como "Ella vive en mí" no sabemos si canta a un amor platónico, a una amiga, o a su señora madre. Su presencia en el Hall of Fame ha pendido de un hilo, pero se ha certificado gracias a un artefacto insospechado: esta cover del "Salir" de Extremoduro que Álex interpreta con el sopor habitual, y algo nos dice que cuando habla de "beber, el rollo de siempre" se refiere a tomarse un pipermint en la sobremesa. Toda una generación de cantautores ñoños está en deuda con su legado, y es de justicia que aquí en Levantar la Tapa empecemos a devolverle algo de lo que nos ha dado.  

Andrea Maramara y Ramsés Hatem


Existe un sutil arte del doble sentido, del juego de palabras agudo para disimular alguna procacidad, un vuelo rasante por debajo del radar de las actitudes censoras. Bessie Smith, Billie Holiday y tantas otras cultivaron esta forma lírica, ese divertido guiño al espectador... y todo en balde. Porque Andrea Maramara y Ramsés Hatem se levantaron una mañana en su Venezuela natal con la ocurrencia de cantarle a la hembra del pollo, perpetrando esa misma trastada obscena que le viene a todo el mundo hispanohablante a los siete u ocho años de edad. Y en ese momento, algo hizo crack. Seguramente el crujiente y sabroso rebozado del World Famous Fried Chicken del Coronel Sanders.

"Si tú quieres complacer a una dama, dale un poco de tu pollo", cantaba Andrea, no demasiado bien, antes de tornarse femme fatale y corregir el género del ave, como el amigo japonés de Luis Aragonés, sobre esa base electroclash y el chroma más grasiento de la historia audiovisual reciente. Y es verdad que Andrea, ella de la mirada seductora, es la protagonista de la mayor parte de los éxitos del dúo, desde la hechizante e igual de horny "La bruja del barrio" a "Espacio sideral", una especie de chanza sobre el dubstep cuya pista vocal compite en fidelidad sonora con el teléfono de Graham Bell. Pero no hay que desmerecer al faraónico Ramsés, un auteur que sabe cómo capturar nuestros corazones como si fueran un Charmander cualquiera, como prueba en "Muéstrame tu Pokebola", y por supuesto cada vez que deja caer uno de sus raps geográficos. Qué duda cabe de que Andrea Maramara y Ramsés Hatem son una dupla imparable en Londres, París, México, Bogotá... Y sí: también en Manabí. También en Manabí.

Buff Correll


Correll Bufford se autodefine como un "cantante inspirador, bailarín y modelo de fitness", que es bastante distante de la descripción que haría yo de "lo que sale si cruzamos a un tigre con un suricato y lo inflamos a anfetaminas". En su canal constan más de dos mil vídeos, porque qué otra cosa tiene que hacer Mr. Correll, más allá de aparecer en las pesadillas inducidas por tu parálisis del sueño, que intentar hacer una réplica bizarra de todo el opus musical de nuestra especie. Pero es obvio que, por mucho que intentemos entender sus motivos, y no es improbable que en el futuro alguna agente del FBI también tenga ese mismo objetivo, Buff presenta muchas más incógnitas de las que resuelve.

Su look, por esperpéntico que sea con ese peinado tipo Goku al baño maría y unas cejas pintadas con alquitrán, es lo menos sorprendente de su puesta en escena, que suele comenzar con un monólogo de difícil transcripción, seguido de un monólogo de transcripción absolutamente imposible, seguido de todos los pasos de baile jamás ejecutados, todos a la vez y muy rápido, para terminar con una interpretación vocal que habría que ser muy benévolo para tachar de competente, pero que sí es definitivamente apasionada. Y así una, y otra, y otra, y otra vez hasta alcanzar los cuatro dígitos, dos veces. La primera reacción al ver su espectáculo, ofrecido desde los confines de su monástico dormitorio donde la única decoración es un póster de sí mismo, suele ser "¿por qué?". La segunda es también "¿por qué?", pero un poco más alto. Pero a fuerza de insistir y de un repertorio que representa la fusión definitiva entre Fantano-core, himnos frikis y clásicos inmortales, Buff se ha convertido en un símbolo de Levantar la Tapa, y no puedo estar más feliz de darle la bienvenida a nuestro Salón de la Fama. Let's get it, king.

Cascada


Oh, eurodance nuestro, tú que combinas con sagaz astucia el petardeo hortera con la infalibilidad del pop bailable. Perdónanos por no haber acogido en nuestro seno a la rubia melena de Natalie Horler. Pero, a decir verdad, asumimos que nuestra omisión no tiene excusa alguna: "Everytime We Touch" es una obra de arte de cabecera para esta organización, un chute de adrenalina en vena que pide tu sumisión completa a la pista de baile. Yo personalmente soy incapaz de resistirme a darme cabezazos contra la pared, tó engorilao, en cuanto entra el beat subsónico del estribillo, pero supongo que podría ser peor.

Y si bien "Everytime We Touch" es la cocaína mejor cortada que te puedes meter por las orejas, ni mucho menos acaba la cosa ahí: el trío teutón, plenamente consciente de sus superpoderes, ha lanzado maravillas del tamaño de "Evacuate the Dancefloor", cuyo resultón pop early-Rihanna-esco hace tan bien la función de teletransportarte a finales de los 2000 que si la escuchas tres veces delante de un espejo a medianoche aparece Bill Gates y te instala el Windows Vista, o "Bad Boy", en la que hay que irse al nivel molecular para encontrar alguna diferencia con "Everytime We Touch", lo cual es el mayor halago que se le puede hacer a una canción, creedme. Cascada sobreviven como soldados de fortuna, llevando el revival millennial allá donde lo necesiten, que suelen ser festivales con nombres como "Twenty Love Party" o "Nostalgialand, patrocinado por postres Dhul", donde fuentes fiables me aseguran que triunfan con un arrollador directo. Si algún día organizamos un festi, que visto cómo se reproducen éstos como por esporas podría pasar, aseguro que Cascada serían cabezas de cartel. Y que no vendrán los Arde Bogotá, eso también.

Jan Terri


Antes de Jan, no había nada. Era el nuestro un planeta de voces melodiosas, arreglos cuidados con sumo mimo, composiciones que buscaban el deleite más sublime. Era, en definitiva, un soberano tostón. Pero entonces llegó ella, con sus ricitos de oro, como llegan las superestrellas: embutida en una gabardina de cuero negro y dentro de una exclusiva limusina, el único carruaje digno de tamaño icono de la cultura popular. "Losing You", es una superproducción mayúscula, y no hablo únicamente del videoclip, que es un perfecto anuncio de Chicago como destino turístico hasta que una vez allí descubres que de lo alto de la torre Willis no suena Jan Terri en bucle las 24 horas del día. Y no sólo de pizzas gordas como neumáticos Michelín vive el hombre.

Su output es básicamente clásico tras clásico, con un interés especial en las fiestas de guardar que siempre ameritan una tonadilla especial para ser disfrutadas con gusto: qué sería de Halloween sin "Get Down Goblin", un espeluznante pasadizo del terror con bajos a lo peli porno (casi con total seguridad no el Höfner que Jan simula tocar en el 1:50, con bastante poca maña) y una cinematografía de drama húngaro exquisita, o de la Navidad sin "Rock 'n' Roll Santa", un temazo cargado de boogie en el que, si los créditos no mienten, Jan consiguió al mismísimo St. Nick para que se interpretara a si mismo. Pero basta de celebraciones seculares: al oírla abrirse paso por el Ave María de Schubert uno no puede más que alzar la vista a los cielos: tal vez con renovada devoción por Yahvé, tal vez con la ilusión de ver arriba a Terri, infundiendo amor en los corazones de los que sufren, poniendo fin a los conflictos, y finalmente descendiendo a velocidad terminal para amamantar a un Nenuco negro, un bebé que quizá no sabe que está chupando una pieza de museo. Se han fundado religiones por menos.

Juan Camus


Juan Camus, el DILF más deseable del Cantábrico, se convierte en el octavo triunfito first generation en sumarse a nuestro apacible salón, y seguramente no sea el último. Qué decir ya, si he dejado correr un Amazonas de tinta digital sobre su inconmensurable figura, un mito que supera con creces a la realidad de su oferta musical. Juan es el codificador, el OG, de un arquetipo que se ha mantenido en la industria del reality, y que ha dado después el salto al deporte (Arbeloa) o la política (Núñez Feijoo): el del señor que nadie sabe muy bien cómo llegó ahí, y menos aún como se mantiene. Porque no os engañéis: San Pedro tiene apuntado el nombre de todas las personas que permitieron que Natalia se fuera a su casa antes que Juan, y nunca van a pisar el reino de los cielos. Eso que os quede bien claro.

Si su paso por el concurso fue una antología de desafines, por Elton, por Phil, o por Rosana, su carrera post-OT ha sido tirando a discreta en lo musical, y no por falta de ganas, eso seguro. Ocho álbumes (serán diez en octubre), como ocho árboles que caen en un bosque, lleva Camus a sus espaldas, la mayoría de ellos con un packaging que odia tus retinas con la fuerza de mil supernovas, y que parece ser elaborado concienzudamente violando todos los mandamientos del diseño gráfico. Véase el del último álbum, Sahara, donde Juan, que nunca ha tomado el camino fácil, aparece ataviado con un sombrero_fedora.png que se apoya a duras penas sobre su cabeza, porque para qué iba a, no sé, ponerse un sombrero de verdad. El enigma Camus sigue atrapando a incautos como yo, engullidos por sus humanas contradicciones; a la sazón el hecho de que sus últimas portadas parecen adoptar IA, cuando si se conoce algo mínimamente relevante sobre el de Laredo es que lleva años peleado con Gestmusic/Alejandro Abad (insigne miembro de este HoF, no os matéis) por una cuestión de derechos de autoría. Casi todo lo que sé de Camus me hace pensar que, por lo general, está en el lado correcto de la historia, pero parafraseando al gran Roddy Piper, justo cuando creo que tengo las respuestas, Juan cambia las preguntas. Sólo hay una certeza: que nuestro Hall of Fame es ahora su casa.

Lory Money


¡POR FIN!

Ya era inadmisible en 2015 que Lory Money, el mantero senegalés más querido de nuestra península, no pasara el corte del Hall of Fame, pero que casi una década después hiciera falta un fogoso speech por mi parte, y uno de los actos de supervillanía más execrables de nuestra historia para verle por fin en este artículo es absolutamente criminal. Y es que Money sigue poniendo en jaque a instituciones tan honorables como nuestro Salón igual que ya lo hacía en sus tiempos con la Policía Nacional, siendo el arquitecto y pionero de la infalible estrategia de huida del "Santa Claus" ante cualquier posible redada de las fuerzas del orden.

Cómo este fenómeno, este antisistema que escapó de la pobreza para labrarse a base de puro carisma una carrera musical de rotundo éxito viral, aprovechando todas y cada una de las oportunidades que le brindaba el destino (¿aparecer en Paquita Salas? Venga. ¿hacer publi del 100MWorten? Por supuesto), no ha conquistado a nuestro jurado, es un misterio: sólo se me ocurre que la postura de Bustamante acerca de la piratería les haga repudiar a Lory, pero venga ya. Lejos de ser flor de días pasados, si por algo se caracteriza su trayectoria es por engancharse a cualquier moda del momento, por pasajera que fuera: "Ola k ase" fue una muletilla que caducó a lo sumo en un par de meses, pero ese es tiempo más que suficiente para que Killchris, el productor exclusivo de Money, arrejuntara una base de trap apocalíptico sobre la que nuestro heroico rapero formula versos inolvidables como "¿Mercadona, o k ase?" o "¿Autobús, o k ase?", como un Tata Golosa subsahariano. No hay tema que se le resista, y tal es su comodidad tratando asuntos espinosos como el procés con el tacto que requieren ("¿España me ataca? Pues toma pan tumaca, madafaka"), que se ha erigido en un miembro más del establishment que lo repudió. Y es que no hay nada imposible cuando tienes suaj ilimitado.

Lucrecia y Los Lunnis


Estas cosas empiezan de manera inocente, con un directivo de televisión frustrado ante la negativa de sus churumbeles para meterse en la piltra a una hora prudente, las nueve de la noche. En el pasado encontró la solución: cuando la familia Telerín te instaba a acostarte, nadie se atrevía a chistar, a lo mejor porque estaba mejor visto por aquel entonces amenazar a tu prole con un cinturón. El nuevo milenio necesitaba una versión modernizada, pero no tanto: Lupita, Lulila, Lucho y Lublú, cuatro seres salidos de un charco de uranio, cumplirían la misión cada día como un clavo, y todos los padres de España suspiraron con alivio. Todos... menos el primero, que pensó que aquellos entes de felpa podrían estar haciendo más.

Los Lunnis podían aparecer en cualquier parte, como los gases, hasta en un concierto de Coldplay, pero su cometido principal era educar a una generación que fue abandonada delante de la televisión como un yayo en una gasolinera. Se depositó esta responsabilidad en Lucrecia (y en menor medida en Álex Casademunt), una cantante cubana con una actitud tan colorida como sus rastas que ya no pudo huir de la magnética influencia de la Luna Lunera. Hasta en 2016, cuando la juventud que creció con Los Lunnis ya estaban pegándose enfermedades venéreas mutuamente, los tentáculos de TVE arrastraron a Lucrecia a Lunnis de leyenda, una serie animada sobre figuras históricas, en algunos casos arrojando luz sobre figuras tapadas por el patriarcalismo histórico como Ada Lovelace, en otros haciendo bailes bollywoodienses para ver si no nos damos cuenta del blanqueamiento que hacen de un pedófilo filonazi. Pero bueno, igual el mensaje que tiene que calar es el de que el colonialismo está regu... ah, depende de quién lo ejerza. Los moñecos se limitan a contonearse, están ya ahí por el branding, pero Lucrecia lo vive: la canción sobre Blas de Lezo omitirá los crímenes de guerra que sean, pero si no os da ganas de embarcaros por la GLORIA DE ESPAÑA a plantar una bandera rojigualda en Gibraltar es que no tenéis alma. Si por separado ya eran titanes, las fuerzas aunadas de Lucrecia y Los Lunnis son responsables de los mayores avances en enseñanza musical desde "Ponte el cinturón". Ahí es nada.

Paco Pil


Dicen que todavía hoy, si te apeas del coche en las cercanías de la autopista del Saler y miras al cielo cuando ya haya anochecido, podrás distinguir entre el tenue brillo de las estrellas una luz parpadeante: verde primero, luego rojo, o azul prusiano. Bajo la detenida mirada de un telescopio, ese punto revelará una imagen más nítida: un hombre, qué digo hombre, un loco terminal, brincando como una pulga alucinada decenas de metros sobre nuestras cabezas, auspiciado por algún exótico ritmo mecanizado. Si preguntas a los paisanos, te dirán, esgrimiendo una mueca de nostalgia cómplice: "por ahí va... por ahí va. Siempre con su banjo, Johnny Techno Ska".

Paco Pil no se conformó con ser un Chimo Bayo de saldo, ya que tuvo a bien conjurar a la deidad última del panteón bakala, ese guiri tan hasta las cejas de éxtasis que no sólo no ve problema en combinar géneros tan opuestos como la electrónica y el ska jamaicano, sino que piensa que a esa impía mezcla no le vendría más un toque de bluegrass (y quién hubiera pensado que en Estocolmo alguien estaría teniendo exactamente la misma idea en esos instantes). La banda sonora de la Valencia noventera, esa que quedó lo suficientemente tocada para elegir a Rita Barberá durante unas sesenta y siete elecciones consecutivas, no hubiera sido lo mismo si Paco no nos hubiera explicado con pelos y señales cómo festejar: con la mandíbula desencajada y una combinación de sustancias en sangre que a todas luces desintegrará las manos del pobre forense que tenga que hacer tu autopsia cuando estrelles tu Seat Panda conta un quitamiedos. Pero qué es morir, más que acercarse un poquito más al planeta Techno al que Paco Pil nos conduce en "Viva la fiesta". Por hacernos querer ser mártires de la mákina, Paco Pil se merece su presencia aquí, y mucho más.

Rakel Winchester


Si nuestro salón de la fama fuera un edificio físico y tangible en alguna parte del mundo, posiblemente Teruel, tendríamos que decidir en donde expondríamos la memorabilia de cada integrante: guardaríamos un rizo de Bisbal en algún lugar de honor; tendríamos un armario lleno de prendas icónicas como el sombrero de vaquero de Delfín Quishpe, el calcetín/cobra Taka Taka de Joan de Son Rapinya o el pompón de María Figueroa; intentaríamos mantener cocaína que alguna vez perteneció a Nacho Cano o Almodóver fuera del alcance de los niños y las fuerzas de seguridad del Estado. Pero Rakel Winchester no es reducible a un simple símbolo: su grandeza es incontenible, y el único remedio sería tenerla a ella en cuerpo y alma, a poder ser en un sitio donde pudiera enterarse de todos los cotilleos para luego contárnoslos.

Da gusto oír la poesía de descansillo de Winchester, sus vicisitudes de proto-choni de extrarradio narradas con un gracejo sin igual. Somos cómplices de sus macarrónicas historias; como "El marío de la cannisera", una obra magna donde da buena cuenta, a ritmo de flamenco rap, de los pormenores de un escarceo sexual con un hombre casado y su prepucio. Transparente ella como el agua de la fuente, sí es, navegando por los quebradizos océanos de la modernidad, enfrentándose a graves problemas como no poder entrar al Lowen (no sé qué es el Lowen, y llevo buscando media hora en Google Maps por toda la provincia de Córdoba) o echarse un novio que trabaja menos que Paquirrín un lunes. A caballo entre el punk y la picaresca rumbera, el nicho de Rakel Winchester es de lo más específico, pero cuéntanos, por siempre, entre sus más fieles acólitos.

Dispongámonos ahora a desvelar quién entra, también, en nuestro insignísimo Hall de los Inmortales, esa ala especial para gente que conquista nuestro cuore más allá de la música, y que por primera vez incorpora no a uno, sino a dos nombres.

Rabah


No sabéis quién es Rabah, y probablemente Rabah no tenga ni pajolera idea de quiénes sois. Apatrullando la ciudad en su vehículo privado, podría asumirse que es uno más de tantos conductores usureros que transitan durante la noche de Lyon, aprovechándose de la desesperación con tarifas desorbitadas, adictos a las fluctuaciones de un mercado tan excitante como las criptomonedas, pero con menos incels peligrosos: si aceptas una carrera por 40€, ¿podrías dormir tranquilo sabiendo que lo mismo te hubieran dado el doble si hubieras tenido un poco de paciencia? To hodl, or not to hodl.

Rabah no holdea, porque es un ser de luz. O quizá simplemente persigue una estrategia diferente y disruptora: si eres el único que se conforma con un precio razonable (dentro de lo infladísimo de Uber, obviamente), en lugar de esperar a que crezca la ansiedad de tu público objetivo, tienes dos ventajas competitivas: 1º, te da tiempo a hacer dos viajes en el rato que tarda un compañero en encontrar víctimas incautas, equiparándose al final los beneficios; y 2º, a menos que el resto del mercado se adapte a tu oferta, no te van a dejar de llegar clientes. Y así es como Rabah salvó a tres de las personas de este jurado tras una hora de inquietud a la salida de un concierto de Taylor Swift, cuando la perspectiva de caminar a campo abierto hasta nuestro hotel dejado de la mano de Dios en mitad de la madrugada empezaba a convertirse en una inevitable realidad. Rabah no tenía por qué, además de liberarnos de nuestro pesar, ser una delicia de persona, pero resultó justamente eso. Fanático de Benzema (lo cual, si hubiéramos sometido su inclusión a votación, le hubiera granjeado el voto necesario para lograr la mayoría), nos dio animada conversación durante el trayecto, antes de despedirse en italiano en un adorable lapsus linguae. Sin él, quién sabe si estaríamos publicando esté artículo hoy, así que es más que justo que su retrato presida el Hall de los Inmortales. El héroe anónimo que merecemos.

Las hermanas del Baptisterio


¿A quién no le va a gustar? Una voz chirriante, casi siniestra, rebota contra las paredes del baptisterio. Es tal vez deprimente, tal vez descacharrante, que de una estructura con casi dos milenios de historia lo que más realmente haya pasado a la posteridad, más que su arquitectura erosionada por el tiempo o que sus ignotos usuarios, sean las nietas de su descubridor, un labriego granaíno que cavando, cavando... triunfó destapando.

Cómo no existe una peregrinación devotísima al baptisterio paleocristiano del siglo primero después de Cristo hallado en Las Gabias es algo difícil de comprender, especialmente si ignoramos que de todo ese sintagma lo único preciso realmente es que, efectivamente, está en Las Gabias. Pero el hecho de que "criptopórtico romano del siglo cuarto" sea menos pegadizo (lo de paleocristiano supongo que es irrelevante de no cumplir ninguna función religiosa), dudo que el atractivo turístico del conjunto histórico en cuestión seduzca especialmente a historiadores y/o gente de romería. A Dios se le rinde bastante culto ya, en el Imperio Romano se piensa cada quince minutos, dicen; no: si alguien viaja a esta villa periférica a Granada (el trayecto es muy disfrutón desde la ciudad, porque pasas por la carretera colindante a la base aérea de Armilla, que es como un surrealista paseo marítimo con palmeras y todo que en lugar de dar a la playa da a un gigantesco descampado; es precioso), es por Encarnita.

A Encarnita la mueve el amor, en particular a su abuelo Francisco: la sonrisa no abandona en ningún momento su rostro, tal es la felicidad que le causa poder enseñar su herencia al mundo entero. No se le ocurre ni por asomo dejarse caer por el baptisterio sin la foto del buen hombre en ristre, de hecho su "powerpoint" metafórico no requiere de ninguna diapositiva más. En boca de Encarnita, el hallazgo es una cosa épica, dirigida por Cecil B. DeMille: un humilde agricultor se topa con una piedra ("romanahhh", le debió hablar en latín) y en lugar de suponer que aquello era simplemente un mineral más en un planeta lleno de ellos, se dispuso a excavar, encontrando un yacimiento de inmenso valor que investigaron, seguramente con más maña pero con menos cariño, los estudiosos de rigor.

Pero Encarnita lo deja claro: ni los arqueólogos que continuaron el trabajo, ni mucho menos los constructores originales de las galerías merecen demasiado mérito: "¡POR ESTEEEE EXISTE EL BAPTISTERIO ROMANO EN EL MUNDO ENTERO!"; y es que puede que los pasadizos se extiendan más allá de los confines de Granada, de Andalucía, de España y de Europa. Quizá su geometría rompa con alguna ley primordial, y esas arterias penetren en el inconsciente colectivo de la humanidad, abiertas a que algún ente diabólico haga de nuestra especie su marioneta. Pero seguramente no.

Josefina entre tanto ríe, ríe por todo, inquietante; el tercer hermano, Miguel, tiene la misión más importante, fuera de la portavocía: decir que va a abrir la puerta, y acto seguido, ahorrándonos el suspense, efectivamente abrirla. Pero hay que alumbrar a Encarnita, mayormente, que decide culminar nuestra visita con una bella canción de misa y despedirse gritando "¡arriba España!" con la mano alzada en un ángulo que tendría que evaluar el VAR. Fallecida en 2018, tal vez su espíritu siga vagando por aquel lugar, embebido en las cúpulas y hornacinas, entremezclado con el de los quinientos romanos que Miguel afirma hay por ahí enterrados sin más pruebas que su ilusión. Las malas lenguas dicen que Encarnita se reencarnó en Ludwig, el jefe del Super Mario 3, pero no son nada más que habladurías.


Quizá algún día, tal vez dentro de poco, visite el baptisterio, o el criptopórtico, o lo que sea. La verdad es que debería haberlo hecho ya. Si está Encarnita por allí, le diré que su historia es famosa en todas partes, que hay canciones en su honor, y que ahora su estirpe al completo es, oficialmente, inmortal. Y si, colmada de gratitud me responde, pues salgo corriendo porque menudo miedo.

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