jueves, 17 de marzo de 2022

Juan Camus - Aquarium (2021)

España se niega a deshacerse de OT. Y hacemos bien, porque eventos como ese que agitan los cimientos del status quo sólo suceden una vez cada generación. Ahora quizá estemos en una etapa más de marejadilla en lo que al vendaval Operación Triunfo se refiere, pero es cuestión de tiempo. Como dirían Thanos, o Shakira: inevitable. Mientras TVE se decide a cuál es el momento perfecto para volver a engrasar la maquinaria triunfita, hay una persona que seguro no va a formar parte de nada que tenga que ver con ello. Y es, por supuesto, Juan Camus.

Por azares del destino, tengo relativamente recientes ciertos detalles de OT1, ese terremoto que ya ha cumplido más de 20 años, y puedo asegurar que la idea que tenemos de Juan y el jovencito que se desgañitaba por los escenarios dos décadas atrás son noche y día. El Juan de 2001 era un muchacho que quería divertirse y aprender, que rechazaba cualquier idea de competitividad, que sólo quería componer canciones, y que nos regaló, aunque los detalles de su autoría son problema de la judicatura, “Mi Música Es Tu Voz”, un himno para recordar. El chico muy bien no cantaba, y sonaba algo así como un becerro pariendo un Boeing 747, pero le ponía ganas. Había abandonado un puesto de alto directivo en Londres, como recordaban constantemente en las galas, para perseguir su sueño, y no iba a dejar que un ínfimo obstáculo como tener una voz bastante desagradable le impidiera conseguir sus metas.

Los varapalos del destino le llegaron pronto, porque el jurado no empatizaba con su historia de ejecutivo que lo deja todo para alcanzar el estrellato, y porque tenían también los tímpanos en buen estado. Las nominaciones se sucedieron, pero sorprendentemente (al no haber un Forocoches detrás todavía que pudiera interceder) era salvado una y otra vez por el público. En lid con Javián y Mireia salió vencedor sin problemas, pero cuando derrotó también a Álex Casademunt, el espectador de hoy en día no puede más que escupir la bebida que estuviera ingiriendo. Cierto es que el bueno de Álex hubiera tenido problemas para ser el cantante suplente de la orquesta de un frenopático, pero dio muestras del mismo carisma que le permitió luego ser amigo de Lucho y Lulila, y eso la gente lo valora. Y cuando Juan finalmente sucumbió a la reina del fitness, Vero, acabó siendo candidato a repesca prácticamente a la semana siguiente, si bien para caer en el segundo asalto contra Álex.

Quizá el mal sabor de boca de las disputas con Alejandro Abad por los derechos de “Mi música es tu voz” convirtiera a Juan Camus en el Grinch definitivo de todo lo relacionado con OT. Y es que si este hombre tiene alguna relevancia en el panorama del faranduleo actual es porque toda palabra que sale de su boca y se imprime es para poner verde al programa. El conflicto más reseñable y reciente está co-protagonizado in memoriam por el mismo Álex, que se refirió a Juan Camus en su día en términos de “fantasma” y “Donald Trump londinense” (declaraciones posteriores de Camus afirmando que después del cante, su segunda pasión son los NFTs no hacen mucho por invalidar la opinión de Álex), de lo que Juan se defendió criticando que Álex cobrara los mismos royalties de “Mi música” que él pese a no haber intervenido en su creación. Camus tuvo el detalle de perdonarlo públicamente en su obituario twittero, gesto que no fue particularmente apreciado por los fans, así que Juan, por si no había empañado suficiente su memoria, decidió dedicarle una canción que, enlazando por fin con el objeto de crítica de hoy, figura en su último Aquarium. ¿Qué canción? Efectivamente, “Mi Música es tu Voz”. No, perdón, me he equivocado: es “Mi Música es tu Voz III”. 

Puede que esté siendo mala persona pensando que Juan quería reír el último y deshacer ese empate en nominaciones de hace 20 años, pero honrar la memoria de una persona con la misma canción por la que hace no tanto le recriminaba haberse lucrado ilegítimamente parece un movimiento deliberado. Juan confesó en una reciente entrevista que era un “homenaje a aquel que ya no está con nosotros, contado en primera persona”, sin que hiciera falta mencionar a quién se refería. Es hora de resolver el misterio y conocer exactamente qué opinión le merecía, pasados todos estos años, Álex a Juan. Así que, rompiendo la tradicional linealidad que caracteriza a estas críticas (porque esta es técnicamente la penúltima canción del disco), abramos este melón.

Lo de la trilogía “Mi Música es tu Voz” puede verse como pretencioso o como patético, y es ambas cosas. Pocas terceras partes hay con una existencia justificada, pero una canción que, por mucha nostalgia que produzca, iba ya raspando lo horripilante, no es una de ellas. Quizá ayude algo decir que esta entrega poco o nada tiene que ver con la original, salvo porque dice el título repetidas veces. Juan ahoga su voz en una tonelada y media de efectos para intentar evitar los aullidos de los perros en un radio de 15 kilómetros, mientras pronuncia las frases más lastimeras que se le ocurren. Hay lugar para recordar sus desavenencias, pero también su alegría de vivir y esas cosas. Mención aparte merece el verso “que te guarde el cielo hasta que uno de nosotros vuelva a entrar”, en el que cabe de todo, pero que parece dar alas a morbosas especulaciones sobre quién va a ser la víctima de “Mi Música es tu Voz IV”. ¿Y eso de “vuelva a entrar”? Tal es la teleología de Camus, un eterno retorno a los cielos de dónde venimos, al parecer. Es un panegírico en forma de synthpop minimalista que ha pasado sin pena ni gloria pese al hype que todo disco de Juan Camus debería llevar consigo, aunque fuera por el meme.

Aquarium” nos presenta al Juan Camus submarino, una faceta suya que debe tener que ver con el hecho de que ha desaparecido de la faz de la tierra. Viendo la portada es obvio que o bien se ha convertido en un leviatán lovecraftiano que en cualquier momento devorará algún transatlántico, o que la civilización perdida de Atlantis ya hace eones tallaba efigies yacentes, como moais de siesta, con la cara de Juan Camus, y cualquiera de las dos opciones me parece igualmente plausible. Es bueno saber que parte del agujerito de la capa de ozono puede haber sido perforado para crear un NFT de esta portada, porque no hay imagen más digna. Y si esa etiqueta malamente photoshoppeada y de dudosa oficialidad de “Parental Advisory” no miente, Juan va a soltar tacos.

Este disco se abre con un tema homónimo, en versión extendida, porque Juan tuvo el coraje de dejar la versión para radios para el final, para esas emisoras hipotéticas donde 3 minutos 47 segundos de Juan Camus están bien, pero 4 minutos 18 segundos de Juan Camus ya son demasiados. Un arpeggiator de manual y un efectillo como de pedo en un jacuzzi nos dan la bienvenida a éste, el séptimo álbum de estudio de Camus, que hace acto de presencia desafinando para que no nos pensemos que ha traicionado sus orígenes.

Es a los 58 segundos de canción cuando una sonrisa ilumina mi rostro, porque la misma incapacidad de autoreflexión que se ha evidenciado una y otra vez en el breve monográfico de vida y milagros de Juan Camus que ha abierto esta crítica se pone de manifiesto en “Aquarium”, y eso significa que aquí va a haber mucha tela que cortar. Camus persigue la metáfora acuática de la manera más perezosa posible, que si es el rey de los mares o no sé qué gilipolleces, hasta que se da cuenta de que ha acabado un verso en “agua” y rimarlo con “enagua” le resulta demasiado medieval y con “piragua” demasiado literal.

El proceso mental le lleva a una palabra que podría ser perfecta, pero vagamente polisémica para alguien del mismo Islington como podría ser Camus: un Jaguar, llana y con el fonema /dʒ/, es un coche de lujo; un jaguar, aguda y con el fonema /x/, es un felino amazónico. Incapaz de decidirse, dice “me muevo como un yáguar”, que de hecho es la única de las dos que silábicamente encaja con “agua” y que moverse, se mueve. Es en esas circunstancias cuando Juan Camus quiere jugar a ser Hannah Montana y tener lo mejor de los dos mundos, añadiendo un “en mi jungla” para dotar de ambigüedad semántica a una canción que de momento sólo nos ha puesto a Juan Camus a la altura de una lubina. Pronunciar la palabra “jungla” a Juan inmediatamente la figura de un rudo y descalzo policía en camiseta de tirantes reptando por los túneles de ventilación del Nakatomi Plaza: “me muevo como un Jaguar en mi jungla de cristal”. Jaque mate, punto set y partido.

A Juan le entra el rumbeo de golpe y nos increpa: “MUÉVETE MUÉVETE MUÉVETE CONMIGO”. Es una invitación formal a su aquarium, que nos promete no parecerse a nada de lo que hemos visto jamás. Sube la temperatura y nos dejamos llevar por el ritmo del pachangueo, aunque la voz de Juan parece grabada mientras estaba en una reunión de Zoom: las criptomonedas no le dan todavía para comprarse un micro en condiciones. 

Decididamente, el tema va sobre un hombre que se ha comprado un pez payaso para su pecera y ahora se cree que es Jacques Cousteau. Continúa la letra:

"En mi reino hay sirenas,
Perlas, peces, caballos de mar.
Yo te quito las… ¿venas?
Dime, ¿quieres entrar?"

Uno podría suponer que ahí Juanillo dice “penas” pero no hay rastros de oclusión bilabial así que hay que entender que es condición necesaria para entrar en su aquarium ser previamente destripados. Diría que no es apetecible así de entrada, pero es probable que Juan Camus no pueda cantar debajo del agua, así que una ventaja al menos tiene.

En el 2:50 aparece un delfín como pidiendo, por favor, ser liberado de la pecera/picadero que se ha montado Juan en su casa, pero haría falta un traductor cetáceo del que no dispongo ahora mismo. A Juan le da igual ya muchísimo todo mientras regala a berridos “aquarium para mí, aquarium para ti, aquarium pa’ toda mi genteee”. Es inefable, y dicen que desde que esto salió a la luz a las ballenas jorobadas se les va a llamar ballenas bastante jodidas. Pobrecitas.

Para siempre”, que pese a llevar casi 2000 palabras escritas no es más que el segundo corte del disco, parece dejar claro que este es un álbum conceptual sobre el mar, quizá oda al pescador pueblo de Laredo que vio nacer a Camus, o tal vez un equivalente musical al Prestige. Es un “para siempre” que suena a amenaza, dado que Juan Camus lleva siete discos pese a que haya un interés nulo, o incluso negativo. Juan Camus es el único público de Juan Camus, pero eso cambia hoy. Haré de mi misión en esta vida que Juan tenga la audiencia que merece: la Audiencia Nacional.

En este “Para siempre” parece que Juan quiere jugar a ser galán italiano, de los de las baladas románticas de los setenta, y lo imita bien porque hasta se ahoga al final de las frases igual que ellos. Tiene un aire muy mediterráneo esta canción, pero se rinde al populismo pasándose al inglés en el estribillo, por si le quedara algún fan todavía en la Gran Bretaña. Los años más allá del canal de la Mancha no necesariamente le han dejado huella, porque pronuncia como un pícaro de playa en Estepona y tiene la mitad de su encanto. Y como los carteles en los hoteles de la Costa del Sol, también se repite en varios idiomas: “Te quiero, ti amo, I love you, ich liebe dich… oh je t’aime mon amour”. En manos de alguien menos inepto podría haber sido casi pasable, pero si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta, que diría aquel.

El artículo de Wikipedia de Juan Camus, que es el único medio que tiene Juan de comunicar sus progresos en la música dado que reniega de casi toda red social (menos Twitter, que le ha dado más disgustos que otra cosa) menciona de pasada que “I’m in Love”, el siguiente tema, es la primera incursión del cantante en el mundo del rap, y así es como se me hacen a mí los ojos chiribitas. Para Juan Camus no hay barreras, lo cual es encomiable. Aunque claro, uno no puede más que preguntarse por qué no le había dado por ahí antes, siendo el rap un género donde desafinar es teóricamente más difícil.

Han pasado 14 horas desde las últimas palabras que he escrito sobre Juan Camus, y la aparición de su nombre en mi lista de escuchas recientes de Spotify ha dado la voz de alarma entre mis amigos, que lo interpreta como una petición de socorro. Mi respuesta, algo del estilo “a veces hay que bajar al infierno para valorar lo que tenemos” no parece convencer, porque la condenación eterna parece un destino apetecible comparado con flagelarse con un disco de Juan. Dicho eso, nada puede detenerme a estas alturas, así que prosigo impertérrito en estas veinte mil leguas de viaje submarino.

El cántabro abandona todo pretexto de inteligibilidad apilando capa tras capa de voz saturada. La mezcla es amateur a más no poder, con los niveles de compresión en rojo nuclear, pero como era previsible, el verdadero es protagonista es el rap. Como recuerdo de los dejes latinos de los que pecaban muchos triunfitos en su día, que seseaban pese a ser de Teruel, Juan se disfraza de Residente y pasea su lírica a placer. Cito textualmente:

“Escucha al Camuh:
No pierdah la esperansa,
que el que sigue la consigue sin vengansa,
y todo alcansa.
El estilo,
aunque caigah y decaigah
nunca pierdah tu camino.
Que todo llega, ¿eeeh?
Que lo bueno siempre cuesta 
y siempre tiene su momento.
Te lo meresehh.
Y ya sabeh que el último que se ríe…
Ríe doh veseh”

Es demencial, como un roleplay de cani del Messenger de 2007. Quiso ser Rayden y se quedó en ElAdri. Pero sí rompo una lanza por él: si esto hubiera salido en 1995, Biggie y Tupac seguirían vivos. Porque si hay algo que ayuda a resolver las rencillas es encontrar un enemigo común. Supongo que eso convierte a Juan Camus en una especie de Ozymandias de Watchmen, pero veinticinco años tarde.

El perfil de salvador de la humanidad de Juan Camus no nos debe parecer sorprendente, al compartir iniciales con Jesucristo. El mismo nos lo recuerda, con un inserto tipo DJ Khaled, nada más empezar “Date la vuelta”: “es JC, baby”. Es un himno a un ex particularmente rencoroso, que va por ahí chismorreando sobre Juan, al que según éste “le jode que sea independiente, tenga talento y ganas de vivir”. Hay que esforzarse mucho para imaginarse a un ser que pueda tener envidia alguna a la mayor parte de características de Juan, pero en particular a su talento. Tener menos talento que Juan tiene su propio apartado en el DSM-5. El cantante es rencoroso:

“Ya te he puesto la crucecita,
Y no te la levantará ni el Cañí”

Me ha sido imposible dilucidar qué demonios significa esto y quién es “el Cañí”, pero no hay que olvidar que Juan Camus tiene 49 años, un detalle que puede pasar desapercibido porque los triunfitos menos recordados viven únicamente en nuestra memoria, y en ella son aún veinteañeros. Diría que incluso en la del propio Camus, y no sólo porque sus letras intentan dar la impresión de que sigue en la edad de las fiestas y las discotecas y no en la de los seguros de vida y las colonoscopias. 

La primera pista del complejo de Hebe de Camus se me ha presentado cuando, inocente de mí, he buscado “Juan Camus” en Google y la imagen número uno que ha salido es esta:


El espectador sagaz habrá notado, sin duda alguna, que ya no es que ese no sea Juan Camus, si no que no guarda parecido con ningún ser humano que haya existido, pero no fue eso óbice para que Juan utilizara esta imagen como portada de uno de sus singles en 2019. La cara de Juan, suavizada por incontables filtros, fue cosida a un modelo del Bershka treinta años más joven, conjurando este monstruo de Frankenstein que sin duda Juan tiene colgada en un lugar de honor en su casa, o en su acuario. Esta especie de Russell Crowe pre-mala vida es como Juan Camus se imagina que es, y jamás pudo pensar que nadie notaría que cualquier parecido es accidental.

¿Estará Camus jugando con nosotros? Uno debe preguntárselo, sí, pero la respuesta parece saltar a la vista. Juan Camus es un héroe trágico, un joven lleno de sueños atrapado en la vorágine del mayor evento musical de la historia de España y devorado por la rapaz industria discográfica. Traicionado por aquello que más quería, y como un resto más que el tornado de OT había dejado a su paso, decidió vengarse. Disco a disco, canción a canción, destruyendo la música desde dentro, mientras sus otros intereses (su línea de joyería y cosméticos, las ya mencionadas criptomonedas) le proporcionan seguridad financiera para poder perpetrar libremente estos insultos al sonido.

Sí, hay voces perniciosas que lo acusan de inventarse prácticamente toda su vida, y ciertamente, por sucesos como el Photoshop que acabamos de comentar, presentan argumentos verosímiles. Que si se gana la vida limpiando en el rascacielos donde jura que se ubica su oficina, que si intentó hacer pasar un conejito de 5 euros en Aliexpress por uno de sus cotizados diseños de bisutería, que si más que por cantar su paso por OT es debido a encuentros libidinosos con alguno de los profesores de la academia… Tal vez patrañas, tal vez con algo de verdad, pero sin duda palabras que tienen la intención de evitar que Juan Camus lleve a cabo su villanesco plan de inundar toda la Tierra para erigirse de una vez por todas en rey inmortal de los océanos.

Ni siquiera había terminado de escuchar “Date la vuelta”, dominada por ese ritmo reggaetonero que tanto caracteriza al intérprete. Da un giro extraño cuando Juan, despechado, canta “nunca fui tu hermano, tú me apuñalaste cuando te tendí la mano”, en lo que suena sospechosamente a otro de sus homenajes encubiertos a Álex Casademunt, uno del que estaba demasiado orgulloso para eliminarlo de su tracklist tras acontecer la trágica muerte del cantante.

El título de la siguiente es prometedor: “Karma (Haters Remix)”. Una remezcla dedicada a vosotros, los que no paráis de criticar a Camus. O eso o un DJ llamado Haters ha sido el encargado de aliñar esta insulsa, aunque en comparación con todo lo que ha venido antes bastante potable cancioncilla. Un divertido juego en esta canción es intentar contar las veces que dice “karma”: ¡Cuidado! Algunas veces está diciendo “calma”. Es como una de esas imágenes que te piden buscar la R en un mar de Ps, que aparentemente solo el 1% de los homo sapiens es capaz de encontrar. Para Juan, estar inspirado y encontrar dos palabras que suenan medio parecido es la misma cosa.

De los siete primeros segundos de “Fantasma” se pueden escribir epopeyas: un viejo portón de madera se cierra, un trueno impacta en el horizonte… y la verdad es que no estoy preparado para describir el resto, pero parece ser un gangoso imitando una Vespino al lado de un imbécil con un matasuegras, ambos inhalando helio y encontrándolo muy divertido. Entra un Casio que Luixy Toledo encontraría demasiado cutre, sustentado por ritmos urbanos. El ambiente intenta con todas sus fuerzas ser muy spooky, con aullidos al fondo, un secuenciador disonante y Juan diciendo que no tiene sangre en las venas.

Un sketch interrumpe el curso de la canción para representar a Juan confesando sus pecados a una misteriosa voz de ultratumba, posiblemente la suya bajada veinte o treinta octavas. Juan gime: “Padre, he visto un fantasma… ¡Y no soy youooo!” Sí, obviamente es una mierda impepinable, pero los Camusólogos como yo entienden el trasfondo que nos quiere comunicar. Porque “fantasma” es exactamente el apelativo que utilizó Álex para referirse a Juan cuando empezaron a surgir los rumores de que había embellecido innecesariamente su vida para aparentar. A mi ya no se me escapan estas cosas. El resto de la letra no hace más que confirmar estas sospechas, como esa referencia a “arcas vacías” que nos recuerda que la respuesta de Juan a Álex fue un “si te hace falta dinero, te lo mando” por Instagram. Los más avispados notarán que es probable que esta sea la tercera canción que tiene como protagonista a Álex, y la segunda que intenta arrastrar su figura con el cuerpo todavía caliente. Pocos discos debe haber que tienen un elogio fúnebre y un “diss track” a la misma persona. 

Reflexiono y me doy cuenta de que es mi tercer día de Juan Camus Experience, mientras me tomo mi leche con galletas. He de decir que jamás me hubiera sentado a escribir esto de no haber sido por encontrarme leyendo el artículo de Wikipedia de Fiódor Dostoyevski. Porque ahí leí que uno de los autores influenciados por el ruso fue Albert Camus, y como si de Juan viendo un jaguar se tratase, hice una rápida asociación de ideas. Detrás del ridículo constante que hay con cada titular de este sujeto, él no ha parado de hacer música, y yo, que predico ser una autoridad máxima en los atentados sonoros, jamás había escuchado nada suyo post-OT. Eso debía ser remediado. Pero claro, cuando decidí embarcarme en el viaje, no sabía que me iba a llevar 3600 palabras, y las que me quedan.

More and More” empieza mejor que ninguna canción hasta el momento, con unos sonidos downtempo bastante cool, recordando vagamente al George Michael más noventero. Es una sorpresa que la entrada en escena de Camus no rompa el mood de manera inmediata, aunque sigue teniendo problemas con la calidad de su micro. Discusiones audiófilas aparte, y más allá de que Juan y su pronunciación siguen sin llevarse demasiado bien con la lengua de Shakespeare, me veo obligado a admitir que, o sufro de un síndrome de Estocolmo severo, o “More and More” es una canción francamente estupenda. No sé cómo ha llegado a suceder. Es que aunque dure treinta segundos más que la siguiente canción más larga, ni siquiera se hace pesada. Las voces sobre voces de Juan queriendo penetrarte no se convierten en ridículas por mucho que intente desde lo más hondo de mi ser ponerles un pero. Todo hace click: el falsete sensiblote, las insistentes repeticiones de líneas vocales en el último minuto y medio, esa base tan, tan sexy. Juan Camus era capaz de esto. ¿Un golpe de suerte? ¿Vendió su alma para hacer una canción, una aunque sea, que no diese lástima? Él consta como compositor, cosa que es la primera que suelo mirar cuando encuentro algo que desentone tanto con la tónica general de un álbum, y de paso veo que éste fue lanzado bajo un sello propio con el nada ostentoso nombre de “Camus Factory Recordings”. Si la factoría Camus dio a luz a algo hermoso, ¿por qué esa falta absoluta de criterio en el material restante? ¿O soy yo ahora el que tiene el seso descuajaringado por lo que ha venido antes? Es imposible saberlo, como imposible resulta también pensar que la que la suceda vaya a mantener el nivel. 

Desgraciadamente, mis sospechas resultan ciertas cuando “No Quiero Vivir Si No Es Contigo” entra en escena y Juan pronuncia la palabra “enamorao”. Es una balada de piano que parece compuesta siguiendo una checklist de “tópicos de la canción lastimera”, aunque fuera una checklist que incluyera por algún motivo un sintetizador siniestro a lo Depeche Mode. Es insultante de lo simple que es: la línea de piano es de segunda clase de academia, y la letra se convierte en ruido blanco pasado un rato. Desearía que volviera el Juan bailongo, pero en su lugar quien nos acompaña es el Juan ecofriendly: recicla esta, la canción más aburrida del disco, para seguirla de su English version. El efecto es como si te pusieran dos pinchazos de morfina uno detrás de otro. Lo bueno de que sea tan monótona es que no te das cuenta de que ha cambiado nada hasta que Juan se lanza a ti en inglés. Un artista convencional las hubiera puesto lo más separadas posible, para que no pienses que se te ha vuelto loco el Spotify o el cerebro, pero si hay una descripción que no se aplique a Juan Camus, es la de convencional. Si me tuviera que quedar con una me quedaría con la anglosajona, aunque sólo me quedaría con una si la alternativa fuera volverlas a escuchar.
  
El álbum está casi tocando a su fin, y nos acercaríamos a lo que sería ese “Mi Música Es Tu Voz III” si no fuera porque antes lo precede un ominoso “Requiem”. Juan se ha descargado un paquete de coros cinemáticos para el FL Studio y tenía que hacer algo con ellos. El mismo amigo preocupado por mi insistencia en escuchar a Juan Camus ve esto y me pide por favor que hable con él, pero que no me haga más daño. Memeces, digo yo. Empieza la misa por el alma de Álex Casademunt, para un total de un 33.3% de contenido Álex-related en el disco. Es bastante prescindible pero al menos dura sólo un minuto y nadie sale herido. Sirve como preludio a la ya comentada tercera parte del “A tu lado”, que en una segunda escucha no hace nada por convencerme de que no es un intento de Juan de quedar casi bien después de haber estado metiendo mierda. Lo único que hay en mi mente a estas alturas es que se parece ligeramente a un tema que yo mismo compuse llamado “Te Encontré (En Wallapop)”. Pero aunque para mí sería un honor haber sido plagiado por Juan Camus, y pese a que el hecho de que su historial en los pleitos de derechos de autor no sea demasiado favorable (ni siquiera he mencionado su acusación a Emma Bunton, la mismísima Baby Spice, de robarle uno de sus temas) podría augurarme un buen futuro si lo denunciara, he de admitir que a) la similitud es muy tangencial y b) en esa canción yo saqueaba directamente a Britney Spears, así que no es cuestión de meterse en camisa de once varas.

La versión radiofónica de “Aquarium” cierra este set, y sigue siendo igual de funesta, aunque aquí sí que he entendido “penas” en lugar de “venas”. Si tuviera la paciencia del santo Job me dedicaría a buscar las siete diferencias entre ambas instancias, pero teniendo en cuenta que Juan se puso a mirar qué quitaba y decidió que los chillidos de delfín eran totalmente dignos de emitirse por la FM, es seguro una tarea imposible.

Hasta donde yo sé esta es la única crítica que existe sobre el disco en la web (lo que incrementa exponencialmente las probabilidades de que Juan la encuentre, una perspectiva aterradora). La columna de reproducciones en Spotify me aparece completamente en blanco, lo que quiere decir que en los seis meses que lleva Aquarium en el mundo, ni siquiera 1000 personas han decidido que era una buena idea invertir tres cuartos de hora en escuchar lo que tiene que ofrecer Juan, pese a que hay 55000 que por un motivo o por otro lo siguen en Twitter. Y es en la red del pajarito donde podemos concluir nuestra visita a la psique de Juan Camus, el enfant terrible de Operación Triunfo. 

O mejor dicho, podríamos de no ser porque en su feed nos encontramos con suficiente contenido como para seguir analizando un buen rato. Es en ocasiones como esta en las que empiezo a buscar los estándares de longitud de novela corta por si puedo acabar presentando este escrito en algún certamen de algo. Aunque parece que todavía me queda para llegar a ese nivel, no podemos descartar que esto termine rivalizando con el manuscrito de “Guerra y Paz”.

Juan Camus, @juancamus para sus followers, lleva por bandera las causas que defiende en las redes: statements contra Putin, menciones a Ethereum como su criptomoneda fetiche (la cual afirma que rima con “Aquarium”, lo cual no dice mucho de sus habilidades líricas), y una bandera LGTBI que me hace pensar que con un poco más de visibilidad podría haber sido un bisexual icon (por las letras de sus canciones, creo que van por ahí los tiros, incluso sin tener necesariamente en cuenta ciertas declaraciones del inmundo Carlos Lozano, afortunadamente condenado al ostracismo a estas alturas). En su bio también podemos encontrar lo que puede ser un pasadizo al mundo interior de Camus: el enlace a su página web oficial.

Lo sé, pero gracias por avisar.

No quiero entrar en ese vórtice aún, porque tras poco más que asomarme el abismo me ha devuelto la mirada, así que permanezcamos en Twitter, de momento.

El hecho de haber escrito sobre Camus durante tres días diferentes me ha hecho pasar por todos los estadios en cuanto a mi opinión sobre él: es un egoísta desmedido, un aspirante a supervillano, una víctima de la corrupción discográfica, un criptomemo, un diletante, un genio incomprendido, Aquaman... Supongo que después de tanto rato pasado con él en mi cabeza, empieza a preocuparme que todo esto llegue a los ojos de Juan en algún momento, y eso hace que se modere mi discurso, y eso pase de ser una chanza a un análisis exhaustivo de la vida y obra de este hombre. Así que, como parte de esta labor investigativa, las redes sociales quizá puedan pintar el retrato más realista de Juan Camus.

Si algo sabemos de él, por su continua crítica al programa al que, por suerte o por desgracia, debe su fama, es que sus principios son sólidos e inamovibles. Sus mensajes así lo constatan mientras se enfrenta a trolls, bullies y Endemol, la productora de OT con la que ha tenido ciertos rifirrafes que involucran strikes de copyright en el canal de Youtube de Juan. Lleva bien la mofa a su nombre siempre que no cruce ciertos límites, y valora el esfuerzo realizado en darle publicidad que sea positiva o por lo menos neutral.

Y es la publicidad en lo que más se emplea Juan en su red, claramente. Ya sea regalando tazas firmadas con la portada de Aquarium (¡a todos aquellos capaces de contar cuantos peces salen en primer plano!), retuiteando entrevistas, y dando difusión a cada release de su increíblemente prolífica carrera. Pero aparte del márketing, hay espacio para otros asuntos, y quiero centrarme en un tweet concreto para cerrar este apartado de un artículo que francamente, a estas alturas ha perdido el poco sentido que pudiera tener.


Al ojo inexperto, parece que Juan ha querido mostrar su apoyo a Rosa de España en su más reciente single. Una lectura un poco más detenida nos saca de ese error, porque pese a que Rosa es ostensiblemente la protagonista de la noticia, Juan aprovecha y en los 280 caracteres le entra echarse flores por sus matrículas de honor en ADE (en universidad privada, o sea que es otro flex monetario), otra acusación de plagio disimulada de sorprendida casualidad (“compartimos título”, guiño guiño) y una desesperada súplica de RTs cuando podría haberse hecho eco del tweet original de Rosa en lugar de publicar uno propio, cosa que no hizo. Y aunque mi buena voluntad ha oscilado violentamente a lo largo de esta perorata, es el momento de tomar partido. A Rosa no me la toca nadie.

Hemos postergado lo inevitable durante otro millar de palabras, pero ya no más. Vamos, machete en mano, en rumbo a terra incognita. Acompañadme a juancamus.com.


El portal del cantante nos ofrece, primero de todo, una imagen del mismo, desnudo de cintura para arriba y de espaldas, observando un cielo estrellado a través de un espejo sito en alguna parte de la órbita solar, lugar sobre el que flotan, al estilo del tío Gilito, monedas amontonadas que entendemos pertenecen a Juan, pero que estarían a disposición de Álex Casademunt si las hubiera pedido. Juan prescinde de menús, botones, y Web 2.0 en general, y su página consiste exclusivamente de una galería de portadas de single que rivaliza con el Museo de Cera en cuanto a monumento a lo kitsch se refiere. Si fuera una por una estaría aquí una eternidad, así que vamos a ver solo las que merecen comentario, que resultan ser el 90% aproximadamente. Bienvenidos al museo de los horrores.
 
 

No, no hace falta que ajusten sus pantallas, el primer single registrado de Juan Camus (empieza a parecer que no hay casualidades, porque cuando dije que plagié a Britney Spears en una canción mía, me refería exactamente a esta) exhibe una especie de nubarrón glitcheado con el título de la canción ahogado en un orgasmo de brillibrilli. Y si hay algo que JUANCAMUS odie más que OT o tus oídos, es el kerning. Los espacios entre caracteres no obedecen ningún tipo de ley conocida y son utilizados por la NASA para generar números aleatorios. Puede que primero vayan la música y las criptomonedas, pero graphic design is his (3rd) passion. 


JUANCAMUS ha utilizado aquí lo que parece un generador de imágenes por inteligencia artificial, que hace cinco años no era una ciencia lo suficientemente avanzada como para sacar nada más allá de coloridos manchurrones. Aquí esto parece ser una nebulosa con cabeza de dragón, pero cuanto más la miras más confunde, como un gotelé ciberespacial. Mejor no darle muchas vueltas.
 

Esta, que cualquier persona con alguna sensibilidad estética consideraría atroz, es la mejor portada de Juan Camus. Para las letras ha optado por un Arial estirado pero con superposición, anulando de un plumazo todo avance introducido por Gutenberg. No sé cómo le dedicas tanto tiempo a que la sombra parezca creíble y luego te pasas por el forro todo manual de tipografía.
 

Jane y Juan, rejuvenecidos treinta años por una sobredosis de filtros de suavizado, son los Eva y Adán particulares de este jardín del Edén donde el agua es turquesa, las serpientes metalizadas, y las manzanas son realmente rubíes como pelotas de voleibol. Jane Badler, para quien no lo sepa, interpretaba a Diana en la ochentera V, lo que constata que los referentes de Juan Camus son más de cuando los tubos catódicos.
 

Aquí a Juan una cover de Mecano le inspira un burruño bosquiano que hasta la fecha es la única imagen en la historia de la humanidad que incluye a Tutankamón, Bob Dylan, dos reyes sapos llorando, una cabra, y un jabalí chiscándose una encina (u otro árbol, no soy botánico). Los leitmotifs camusianos del agua y el verde excesivo hacen acto de presencia una vez más, pero eso es incumbencia del psicoanálisis, no mía.
 

Este astronauta está tan ensimismado con su radiocassette con una cinta de Juan Camus que no se ha percatado de que el cohete roñoso que lo trajo a ese rojizo planeta se esta volviendo sin él a la Tierra. Ahora el viajero espacial tiene delante una eternidad con este single como única compañía. Pocas cosas hay tan terroríficas.

 
Una luna de sangre, una mujer flotando en contra de todo lo que postuló Newton, y un paisaje que más encajaría en un disco de Yes que en uno de Juan Camus. Casi bien, pero de nuevo vuelve a caer en la fuente, una Times New Roman que apenas se lee. Es un pecado ser tan vago cuando lo más difícil está hecho, pero esto no ha hecho más que empezar.

 
Juan Camus ya tiene, diría yo, los ojos verdes, pero él debe de pensar que no los tiene lo suficientemente verdes a juzgar por su obsesión malsana a ponerlos color esmeralda en una portada sí y otra también. Imitando al cantante al que versiona en la pose y en la barba meticulosamente perfilada, el título de la canción no recibe esa misma atención, porque las letras de C A R E L E S S no se ajuntan, igual que las de J U A N C A M U S. Igual significa algo, pero lo más probable es que a Juan se la sude bastante la parte de las palabritas.

 
Aquí Juan refulge cual estrella, resultado de usar goma Milán sobre su ropa en la foto. Está pletórico. Huele a single navideño, pero la postura de dios del baile y el blanco impoluto me hacen dudar de si es el Ave María de Schubert o el de Bisbal, y no tengo narices a resolver la cuestión.
 

J  U  A  N abandona el simbolismo para ser lo más gráfico que puede: un megalodón del tamaño de un autobús, en representación de to’s los haters, va a recibir de su propia medicina en forma de racimo de dinamita firmado by yours truly, Juan Camus aka JC aka Gracefully Music, que no sé lo que es pero mola un huevo.
 

La cara amortajada de Camus sobre un modelo de vaqueros fue lo que se llevó la atención y el escarnio del malévolo público, pero yo me quedo con el hecho de que debemos interpretar que Juan está colgando de una especie de listón que vive en un plano astral propio como un murciélago con playeras. Y lo hace como si no le costara nada, como si todas las mañanas se hiciera unas cuantas dominadas con los pies antes de salir a la aventura con su chupa a lo Indiana Jones. A alguien se le olvidó invertir también el fondo, pero bueno, no sería una portada de Juan Camus si fuera totalmente perfecta.

 
Esta es de mis favoritas, y creo que no hace falta explicar mucho por qué. Juan tiene lápida pese a que su fecha de defunción es indefinida, lo cual significa que seguramente esté enterrado vivo justo debajo de esa paloma. Pero luego están las otras losas, puñaladas nada veladas a Tinet Rubira, director de Gestmusic, y Toñi Prieto, ex-directora de entretenimiento de TVE (esta última tiene dos a falta de una), fallecidos en su adolescencia en este universo paralelo en el que solo empezaron a existir en el momento en que entraron en la vida de Juan. Nada es demasiado escabroso para Juan cuando se trata de atacar a sus enemigos.

 
Por alguna razón no dudo en absoluto que ese es el número real de la tarjeta de crédito de Juan Camus: al fin y al cabo no está enseñando los dígitos de seguridad que están por detrás de su tarjeta VIP, a la que seguro le quedan fondos tras comprarse un supercoche y un jet privado. Por desgracia, parece que esos fondos no le van a servir de mucho ante el inminente apocalipsis, pero rock and roll, nenes.

 
A veces sobran las palabras.

 
Por una vez la paleta de colores no te hace querer arrancarte la córnea con un alicates, incluso viendo el inexplicable hiragana que adorna el título, como si quisiera convencernos de que esta es la edición japonesa exclusiva del sencillo. El tatuaje, por muy encomiable que sea el mensaje, y el anillo de patriarca calé terminan por descuajaringar lo que casi hubiera pasado como una portada profesional. Yo le doy un “ays, casi”.
 

Concluyo mi valoración de sus carátulas con este “Fantasma” en el que, por primera vez, Juan hace algo de caso a la fuente y por fin monta una portada digna de la calidad de su música. Hay tantas capas, tanto simbolismo, que si no agudizas mucho los ojos podrías perderte el fantasmita que hay en las pupilas de la calavera. Esa atención casi enfermiza al detalle no puede pasar desapercibida, y es mi obligación destacarla.

He pasado mucho tiempo ya delante de esta pantalla recabando datos sobre quizá el tema más irrelevante sobre el que me he sentado a escribir, y sin yo pretenderlo en un principio me ha quedado una enciclopedia de Juan Camus a la que obviamente, de querer ser de verdad exhaustiva, le faltarían todavía media docena de discos. Una parte de mí quiere seguir viajando hacia donde le lleve este agujero de gusano, otra teme cuál puede ser el final del camino, que quizá me conduzca a perder todo lo que amo en esta vida. Las advertencias de amigos y familiares han hecho mella y debe apartarme de este remolino que amenaza con atraparme y hundirme hasta el fondo, encerrarme entre cuatro cristales y exhibirme en su colección. Este remolino que es Juan Camus: artista polivalente, empresario, bon vivant, defensor de causas nobles, rencoroso a más no poder y, en última instancia, un Poseidón magnético del que no hemos oído la última palabra. Porque, aunque nadie le escuche, su acuario siempre tiene sitio para alguien más.

VALORACIÓN: Por supuesto, levantemos la tapa y devolvamos este disco al mar del que procede.

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