Fundadora de un colectivo antipatriarcal. Entrevistadora de Adolfo Suárez. Trabajadora en la Unesco, emigrante en Inglaterra. Traductora del Ayatolá. Recipiente de una beca Fulbright. Hija de falangistas. Divorciada de un vikingo que se metió en una secta cuando empezó a ver pimientos en el techo. Concursante de Supervivientes, ferviente independentista catalana, omnipresente de las tertulias del corazón y, en última instancia, candidata a Eurovisión.
El certamen de este año acaba de celebrarse, con disgusto posterior de casi todos los interesados. Un jurado conservador de stans ha decidido no salirse de lo que llevaba siendo previsto desde el mismo día en el que se publicaron los candidatos al Melodifestivalen sueco, y Loreen, con su propuesta manida pero resultona al ojo acrítico, se ha llevado a la saca su segunda victoria, que coincidirá quizá no tan casualmente con el cincuenta aniversario de la de ABBA, los titanes de su patria. Mientras tanto, un público entregado a Finlandia se tiene que conformar con un triunfo moral, y los pichones españoles entre los que me incluyo, con algo aún menos satisfactorio: el orgullo de haber enviado algo de calidad, haya sido recibido de la manera que sea.
En 2010, no se podía dar por sentado que eso fuera a ser así. Fue el año en el que John Cobra ofreció sus apretadas gónadas al respetable enfurecido con sus ademanes chulescos, propulsado por los forococheros que, de no ser por ciertas descalificaciones previas a la gala televisiva, tal vez hubieran destinado sus esfuerzos a otras candidaturas. Chimo Bayo, por ejemplo, fue eliminado por razones aún por relucir, lo mismo que Sonia Monroy unas semanas después. Pero ni el makinero por excelencia ni la venerable silicónica encabezaban el voto popular, nada de eso: una tarraconense casi en edad de jubilación y habitual del recientemente (y casi trágicamente) desaparecido Sálvame había arrasado con todo como, por ejemplo, un tsunami. Como el que hacía un lustro se había zampado la costa de Sumatra, o el que en doce meses haría lo propio con la central de Fukushima. Pero más kitsch, supongo.
Normalmente, si sois lectores habituales, que no creo porque no me existen, sabéis que hablo de discos, o al menos de colecciones de cosas. Y no es que no me tiente incluir en el artículo "Mujeres al poder" o "La carmelita", himnos de los que apenas quedan como vestigios alucinantes y reivindicativas letras como:
"Sí somos feministas,
es nuestra condición:
Yo no soy más que nadie,
ni nadie es más que yo"
Pero "Soy un tsunami", como Walt Whitman, y como la propia Karmele Marchante si revisamos su interminable currículum, contiene multitudes. No hace falta hablar de nada más, desviar el foco de lo importante. Sólo quiero hacerle justicia a este portento de dos minutos y medio, uno que engloba a Yoko Ono, Carrie Bradshaw, Simone de Beauvoir y Blas de Lezo.
La primera traba que RTVE puso a Karmele se hace aparente en el primer microsegundo de la canción, esa proclama extrañamente ultranacionalista que reza:
"Ultramar, ultramar, sueño amado de todo español"
Esta no es la frase original, que sustituía la palabra "ultramar" por la más polémica "Gibraltar". Ante la plausible circunstancia de originar un conflicto con nuestros vecinos británicos, que por algún motivo tienen intención de preservar ese peñasco infestado de monos hasta el día del juicio, la organización se vio obligada a mandar una pequeña modificación, que convierte el belicismo en una nostalgia un poco rancia que no desentonaría en uno de esos vídeos históricos de los Lunnis. Pero con el background de doña Karmele, dudo que pretendiera inflamar los rescoldos del imperialismo, si no más bien ganarse al sector de población más a priori posicionado en su contra. ¿Qué mejor forma que ensalzar a nuestros Pizarros, nuestros Hernán Cortés? Quizá peco de inocente, pero en esta casa no se injuria a Karmele.
Esa soflama es cantada como si fuera una cancioncilla de patio de colegio, una que se torna en un collage discotequero con la voz entrecortada, remezclada y requeteposprocesada de la periodista, que después de ese estribillo inicial jamás volverá a sonar como una persona real, si no como la peor visión del valle inquietante jamás concebida. Estribillo que reza:
"Y es que yo soy un tsunami,
yo soy una chica in.
Y es que soy algo imparable,
no te puedes resistir"
Y no dice ninguna mentira. Acompañada de sus coristas en drag, la presencia escénica de Karmele es innegable. El público eurovisivo se hubiera tragado esto con patatitas fritas. El primer comentario de Youtube dice que esto es el "Ay mamá" de 2010, y hasta leerlo no sabía que se podía llevar tanta razón. Quizá el mensaje de sus otras dos opciones para el festival fuera más certero y asequible, ¿pero y si la reacción de Europa hubiera sido la de Mila Ximénez?"
"Soy un tsunami" no se hubiera topado con ese problema: es universal, indiscutible, perfecta.
Lo que sucede a continuación tiene sus precedentes en Duchamp y Laurie Anderson, como poco: las palabras de Karmele, puro dadaísmo al oído inexperto, son enunciadas de manera robótica, no sólo porque vengan cubiertas de un frondoso Autotune, un programa que nunca había tenido que trabajar tanto, si no porque parecen grapadas unas a otras con un desdén completo por el solfeo. Y esto no es una crítica, esto es una loa absoluta a la revolución surrealista que se nos propone aquí, a años luz de cualquier otro intérprete sugerido aquel año.
"Te espero en el SoHo,
con mi botox al horno.
Tocando el arpa
con mis uñas de laca"
Ni que decir tiene que la sátira (¿o es alabanza?) brillante del consumismo empoderado pasó desapercibida para todos aquellos lúmpenes ávidos de insultos a una señora que les sacaba siglos de ventaja. Aquí Karmele postula a la mujer presumida, adalid de la búsqueda de la belleza infinita por todos los medios, como una nueva versión de Cristóbal Colón. Eterno retorno: se viajó y se sigue viajando a las Américas en pos de gloria y riquezas vanas, ahora teniendo como destino un país entero dedicado al culto al ego más desquiciado, donde la fantasía de la perfección, o al menos la financiación de la misma, es posible. La imagen vacua del capitalismo llevado a la locura es Karmele en plan Nerón, viendo arder una estatua de Ayn Rand. Lo del horno no lo entiendo, pero algo de eso debe ser también.
La siguiente estrofa viene a reforzar el mensaje, aún con esos extraños efectos vocales que simulan la alienación de nuestra narradora, la inminente deshumanización de aquellos envueltos en la vorágine del más, más, más:
"No sin mis cremas,
no sin mis marcas.
Quiero billetes:
Love* in New York"
*La letra oficial dice que es "lost in New York", pero en absoluto es eso lo que canta Karmele.
Un rápido vistazo al vídeo de presentación demuestra que la tertuliana no dedicó ni cinco minutos de su tiempo a aprenderse la letra de la canción que la iba a catapultar a la eternidad, lo que puede ser simple dejadez o una capa más en mi interpretación que añadiría que todo esto es un himno al postureo, que su rol de engreída está perfectamente controlado y es una vía más para derrotar al patriarcado, quizás. Tras reivindicar a las sugar grannies vengan de donde vengan, y otro cántico naval de esos, la letra vuelve a recorrer vericuetos insospechados:
"Pan con tomate"
No, es que vamos a ir golpe a golpe, verso a verso. Estas tres palabras son un bulldozer que destroza cualquier pretensión de que esto no es completamente self-aware. Detrás de los tratamientos, las liposucciones y rinoplastias, la Afrodita cosmopolita no es más que una payesa vestida de seda. El pa amb tomàquet es el gran ecualizador. Quítanos o ponnos lo que quieras, grita Karmele, que por dentro somos iguales.
"Botox al horno"
Mucho tiempo lleva ya en el horno ese Botox, va a haber que tener precaución.
"Sexo en el Carrefour"
El francés es impepinablemente el idioma del amor, y sin embargo hay poco glamuroso sobre el gigante galo de los hipermercados. Sin embargo aquí seguimos con la tesis general de igualar placer y adquisición, una trayectoria que aboca a la humanidad a derivar satisfacción sexual únicamente de las transacciones económicas. Karmele presenta esa situación de una forma tan cruda e inconspicua que es normal que haya quién lo vea como una condonación, o como todo lo contrario. No es ninguna de las dos: es, irremediablemente y sin atisbo de duda, lo que es.
"¡Ostras con champagne!"
La metáfora fálico-vaginal es tan meridiana que resulta casi superfluo mencionarla, así que simplemente diré que considero que el grito final es una reiteración de lo mencionado en el párrafo de arriba.
De guiarnos por los lyrics disponibles en las principales páginas de internet, podríamos pensar que lo que sigue es simplemente más repetición de conceptos, pero en absoluto. De hecho, nada más terminar esa estrofa que deja claro de una vez por todas cuál es el significado intrínseco del tema, Karmele remata con una paráfrasis increíble de una cancioncilla de comba de esas milenarias y de origen indeterminable.
"Las chinitas en la China,
cuando no saben qué hacer,
tiran piedras al tejado
y dicen que va a llover."
Es que es magistral. De alguna manera cerrando el círculo que empieza con la melodía infantil de corrillo de "Ultramar, ultramar...", Karmele nos vuelve a retrotraer a la infancia, como queriendo transmitir que estos mensajes materialistas se nos inculcan desde que tenemos uso de razón, y que están tan arraigados que es casi imposible detenerse a pensar bien en lo que se nos está inyectando. En el mejor de los casos, como las chinitas en la China, vivimos en el autoengaño. Es otra vuelta de tuerca a todo el statement que se vuelve cada vez más y más complicado.
Hay diez mil facetas en este diamante. En él conviven, como en Karmele, como en cada persona, un sinfín de contrariedades. Es lícito, encomiable casi, abandonarse al narcisismo completo, ser mujer florero, un estandarte más de la adoración al dólar, evangelista de Maybelline y de Prada; es, desde luego, mucho mejor que trabajar. Pero el peligro acechante del agujero negro del solipsismo, de la pérdida de lo que nos hace individuos, de confundir gozo con lujo hasta sumirnos en la anhedonia más voraz, no va a desaparecer. Karmele es totalmente consciente de ello, y disfruta de vivir en la frontera entre ambas posturas como ente imparcial. Sí, deseosa de que por fin ambos bandos se fagociten y reine la anarquía total, pero entre tanto dándose unos cuantos gustos, colando un espetec en lo alto del Empire State.
Hay un pequeño guijarro, uno de 426 metros de altura, que pone en jaque todo este esfuerzo analítico, pero que finalmente me lleva a postrarme en señal de reverencia ante la genialidad, o tal vez la serendipia. Si, como era la intención en un inicio, se hubiera mantenido la referencia a Gibraltar, habría quedado en un non sequitur que, si bien tampoco desentonaría demasiado, no apoyaría el core de la canción como si lo hace "ultramar" y su sueño americano implícito. Esto provoca que, en consecuencia, la mención a Gibraltar sea un diminuto fragmento de un todo fantástico que, por desgracia, no encajaba y que, aunque su inclusión en un principio yacía más allá de nuestro control, a merced de los designios de potencias extranjeras, al final es una bendición que se quede fuera.
O sea, que "Gibraltar la referencia" se comporta literalmente igual que "Gibraltar el territorio".
Creo que queda dicho todo. Finalmente, Karmele no pudo cumplir su sueño de representar a España en Eurovisión y llevar su subversivo mensaje al público europeo. Espero que, con el tiempo, sepamos reconocer la grandeza de "Soy un tsunami", y que algún día, aunque aún quede lejos, nos merezcamos ser dignos de ella.
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