miércoles, 23 de agosto de 2023

McNamara - Rockstation (2001)


Hace un tiempo, si pacías por los rincones más oscuros de Malasaña, en lugares donde el sol ni siquiera se atreve a tocar, es probable que pudieras encontrar a alguna persona capaz de mirarte a los ojos, y decirte, sin inmutarse, que de entre Almodóvar y McNamara, ese dúo tróspido que ya reseñamos en este vuestro blog hace eones, el que realmente tenía talento era McNamara. Tal vez fuera porque había consumido algún psicotrópico hacía un rato, tal vez porque lo hizo mucho, y muy seguido, en 1983; pero de algo podías estar seguro, misionero errante de la depravación: quien te lo había dicho era, evidentemente, Fabio McNamara.

Ahora ya no se le puede encontrar en los bajos fondos, pues prefiere rondar lugares más afines a su nueva condición de reconvertido al ultracatolicismo, como clínicas abortistas o el mismo Valle de los Caídos. ¿Es imbécil o busca casito? Sí, y sí. El hombre que le dictó su autobiografía a Mario Vaquerizo tuvo la oportunidad, hace 20 años, de enderezar su carrera musical, ya habiéndose convertido en un artista plástico de cierto renombre, con Rockstation, publicado nada menos que en el sello de Miguelito Bosé, porque Dios los cría y ellos se arrejuntan y se vuelven gilipís. El sicofante que escribe su artículo de Wikipedia asegura que es un "álbum propio y diferente" a raíz de la "libertad creativa" gozada, y que fue "uno de los más aclamados de la década", usando como referencia un enlace a una crítica de un disco totalmente diferente (y al que yo pongo un 6'5, chúpate esa Jenesaispop). Pónganse sus trajes Hazmat y todas sus vacunas, que empezamos.

Abrimos con "Freak Show", porque caretas fuera, aquí hay que asumir la condición de outsider, como outsiders son los tertulianos de El gato al agua, supongo. La idea es apegarse un poquito al sonido rockero dance de los noventa, con guiños al glam como no podía ser de otra manera: de hecho lo primero que vocifera el artista es "¿Recuerdas los setenta, baby? / El plataformón". La música, a cargo del ex-Dinarama Luis Miguélez, no es, al menos de momento, demasiado cuestionable, aunque es bastante insípida, por muchos solos de guitarra y tecladillos a lo banda post-gótica que inserte. Aquí el centro de atención es y siempre será Fabio: su cante jondo, tan desatinado que suena hasta ensayado en sus esfuerzos de sonar punky; y por supuesto sus letras, que nos ofrecen highlights como una mención al ya por entonces reconocido pederasta Gary Glitter, y no sé qué de que mucho guiri y mucho gay y mucho guirigay, etcétera etcétera. Si esta es su salva inicial, hay que empezar a temblar.

El público enfervorecido grita, pidiendo pan y circo. Fabio en el centro de la arena, sube la apuesta: "pan, circo, y BOOGIE BOOGIE". Es "Boogie Movie": el sonido es continuista, con distorsiones y four to the floors. McNamara nos increpa, o adula, con epítetos, al menos aquellos que se entienden: somos Ziggy Stardust, un telefilm, Joan Collins, muy Terminator, y un "blacksafairo", o algo similar. De dónde vienen las alusiones a la Antigua Roma, es algo que solo saben McNamara y su frenópata.

El álbum continúa su trayectoria descendiente al décimo círculo del infierno con "Yo creo en ti". La música ya roza lo narcótico, con los mismos elementos superpuestos de siempre y una rueda de acordes que me provoca náuseas, hasta dejarme "praying in the street" porque termine esto. De este energúmeno y de su cohorte quisiera esperarme algo por lo menos divertido en su bochorno, con una microscópica confianza en poder tragarme mis palabras. No es ni comentable, porque desafía todo límite de la coherencia: lo único que se puede mencionar es que hay ya visos de su nueva vida como cristiano renacido en ese "yo creo en el Señor, el señor me rescató de una tormenta negra", frase que mediante el dadaísmo, el Lorazepam, o la intervención del Espíritu Santo culmina en el símil del siglo: "rosa como una rosa roja". Con esa habilidad para la libre asociación de conceptos, es posible que supere prontamente su fase de apologista de Franco y evolucionar a... Franco... Battiato... boniato... mi gato... es blanco... Carrero Blanco... ¡oh no, no hay escapatoria!

Según parece, llego tarde a la etapa felina de McNamara, porque "Chulo latino" (ojo con el título) empieza con el señor maullando repetidas veces, sin dar apenas espacio a pensar que algún día parará de maullar. Por suerte, o quizá no, termina cantando, o como queramos llamar a eso que hace entre marramamiau y marramamiau. La percusión glam sienta la base de este tema tan horrendo, que puede ser un diss track un poco ambiguo hacia una señora que lleva algunas prendas falsas, pero otras que no, que son de verdad... pero independientemente de aquello debería ser empotrada por un maromo de las Américas.

Ni siquiera el adalid de la transgresión pudo esquivar la moda chuzausander (sinónimo de dosmilera, añadir al diccionario, gracias) de las referencias anticuadas al ciberespacio webístico. En "Mi correo electrónic...wait for it...ya casi...oh!", cuyo vídeo incluye a la estrella haciendo el proyecto de Tecnología de 2º de la ESO, Fabio registra el dominio "mcna.mara.com@.maripuri.mari.com", haciendo tiritar los cimientos del IEEE en el proceso. El déficit de atención habitual en su lírica lo hace lanzar pullas a chinos y turcos y al mismísimo clima terrestre. Yo qué sé qué pasa por la cabeza de Fabio, a mí que me contáis. Al final todo esto es gente que fue moderna durante un lustro porque venían de familias bien y tenían acceso a la cultura pop anglosajona, así que pudieron disfrutar de su ventajita un rato, pero cuando se apagó la luz de la novedad demostraron tener la misma estrechez de miras que los que venían antes... así que no dudaron en unirse a las filas reaccionarias en cuanto quedaron rezagadas. Y ya.

Me gusta esconder el párrafo profundo que encierra mi opinión real sobre todo este asunto McNamara ahí por la mitad, tapadito, y volver a la matraca sin rechistar con "Ultraceñidas", una crónica de sucesos sobre dos transexuales fallecidas en París a causa del alcoholismo y el frío, quizá, se da a entender. Todo esto se narra con la seriedad de un sketch de Martes y Trece, por supuesto, no vayamos a pensar que a Fabio le ha invadido el buen gusto transitorio. Es atroz, y también la segunda con más escuchas del álbum, por supuesto.

Comentaba con Jo, artífice de aquel artículo primigenio de Fanny y Pedro que representó el inicio del fermento de esto que llamamos Levantar la Tapa, que lo peor de todo esto es que, por bochornoso que sea, no es ni entretenido. "Gritando amor", venga, dámelo todo. Es, a mis ojos, la canción menos detestable del conjunto, un himno sobre perder la virginidad anal en algún rincón oscuro que se disfruta de manera no irónica pese a los intentos ruinosos de Mac de sonar sensual, gimiendo "mmm next" como si de un programa de citas se tratara. La calma chicha es interrumpida por la rock star deseándonos feliz día de "San Ballantine's" en "Vivir no es Beverly Hills": el autotune hace horas extra para intentar parchear los berridos bilingües e infumables a los que nos somete Fabio, animándonos a abandonar nuestra suerte a las bebidas escocesas para superar traumas como podría ser escuchar su música. Y lo estoy haciendo sonar mucho mejor de lo que realmente es. A estas alturas, toda pretensión de ser soportable ha sido desechada. La música machaca y machaca hasta tal punto que si Fabio se lanzara a cappella con un aria de Rossini probablemente supondría un alivio. En esas estamos.

Pero venga, enfrentémonos a los dos últimos cortes del álbum con dignidad, aunque me provoquen un constante estado de déjà vu. Sí, está claro que en "Placer por placer" hay más apología de las drogas (al menos explícita, porque la totalidad del álbum deja patente que no se hizo en estado de sobriedad absoluta, precisamente) que en otros cortes: quizá aquí Fabio pretende excusar lo vivido hasta la fecha con la admisión de que "la coca le vuelve medio loca" y no sé qué de que se compró un piso con las ganancias propiciadas por la venta de estupefacientes, lo cual me parece extrañamente verosímil, porque vista su obra artística (y sus precios), dudo que se mantenga gracias a su Warholismo trillado y demodé.


A tres mil pavazos vende este engendro colorido, cosa que sólo se explica si su firma se cotiza mucho entre los coleccionistas, entre quienes se incluyen Alaska, su círculo de amistades íntimas, y literalmente nadie más. Tener un "Fabio" en tu casa es una red flag para las aseguradoras: alguien le intentará prender fuego y la justicia no podría condenarlo jamás.

Hablando de fuego, "Ave Fánix", que misericordemente pone fin a este viaje. Si esperas algo fresco, lo llevas crudísimo: todavía nos quiere convencer que es una persona nueva porque no se ha inyectado heroína en los últimos quince minutos, pese a repetir luego "que me meto, que me meto"; por lo demás es el mismo detritus que hemos tolerado a duras penas durante una eterna media hora. Tal vez si la ciencia consigue extraer plasma de este sujeto, y no está inutilizable tras casi siete décadas de inhalar Titanlux, podremos descubrir el secreto de la inmortalidad; hasta entonces, me temo que toda la existencia de Fabio McNamara habrá sido en balde.

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