jueves, 14 de septiembre de 2023

La Pandilla de Drilo - Volumen 1 (2020)


Supongo que a estas alturas ya todo el mundo ha visto el documental Lilo, mi amigo el cocodrilo, sobre el ascenso y caída del reptil más rumbero de las alcantarillas de Nueva York, así que no tengo que dar mucho contexto a nuestro disco de hoy. Pero por resumir, que siempre sale gente de esa que vive debajo de una piedra y no conoce a la estrella más fulgurante del rock animal: Lilo cruzó miles de kilómetros de selva y pantano en busca de un sueño: tener una carrera como vocalista. En un micro abierto en Atlantic City, tuvo la fortuna de encontrarse con nada menos que Bruce Springsteen, que, como hiciera Jon Landau cinco décadas atrás, vio en Lilo el futuro del... ¡un momento! Ahí pone... ¿Drilo? ¿QUIÉN DIABLOS ES DRILO?

Este usurpador, que hasta porta la misma Fender Telecaster del Boss, se ha arrejuntado con una cuadrilla de otros seres igual de carentes de talento: el bajista tigre Peligre, la jirafa Rafa con el sintetizador, y el perrito Guau a las baquetas. Es la primera banda animal de la que tengo constancia en reunir groupies, a saber: el elefante ese politoxicómano, una especie de ardilla que debe de trabajar en una plantación de arroz, y una tortuga con astigmatismo... no parece que tengan todavía mucho donde elegir. El caso es que el título ya anuncia que este es sólo el principio, Volumen 1, una amenaza velada de que vendrá más material detrás, que acabó traduciéndose en una segunda y una tercera entrega. El resto de lore tendrá que provenir de las canciones, así que a zambullirse en la cloaca. Para empaparme bien, voy a ver los videoclips, que me darán la información visual que merezco.

Primero, el líder: "Drilo, el cocodrilo". Su rutina no parece ser precisamente la de un fokin winner: se levanta a las 12:10 (que se pone hasta alarma, para no vaguear más de la cuenta), y lo primero que hace es darse un bañito en el Nilo, que hay que relajarse. Luego ya llegan les colegas, incluido el perrito Guau que va vestido de astronauta a todas partes, y se ponen a grabar un TikTok al pie de la pirámide de Keops, haciendo el paso de baile del egipcio rollo las Bangles. Duro día en la oficina. El resto de la canción es mera hagiografía, ciertamente exagerada: si es verdad que "dos metros mide su cola", entonces el maldito perro debe ser como un Iveco de gordo, y eso no cabe en ningún transbordador espacial que yo conozca (quizá por eso su uniforme, para poder vivir de alguna forma esa ilusión frustrada).

La segunda estrofa es, cuanto menos, interesante, porque pone en jaque todo lo conocido hasta la fecha sobre el apareamiento de los cocodrilos y es, de esa forma, un conocimiento de inestimable valor para la comunidad herpetóloga: Drilo pone huevos, y los pone de cinco en cinco. No seré yo un experto en estas cosas, pero al no existir un segundo espécimen, intuyo que se trata de un cocodrilo hermafrodita, y que la cola larga no es sólo la de detrás. Pero hay mucho que entender todavía de estos seres tan hermosos, y el primer paso para hacerlo es visitar Groenlandia. Esta se abre con un silencio atroz, como si quisieran transportarnos a los últimos momentos del capitán Robert Falcon Scott.

Aquí el ejercicio es etnográfico: Drilo nos introduce en las costumbres de los inuits y su peculiar manera de saludarse, que resulta ser la misma que usa una señora para decirle al frutero que le ponga ese otro melón de allí, que este está apepinado. A este simple movimiento se le empiezan a acumular otros gestos: abrir la mano, levantar el brazo rollo "Il Duce", encoger un hombro como si te hubiera picado la víbora discotequera, golpear impacientemente el suelo con el pie, provocarse una rotura del ligamento cruzado anterior, bambolear las caderas como una corista de James Brown, salto, giro y repetir... Vamos que es una suerte que si vas a Groenlandia seguramente no te cruces con nadie.

Habiendo tenido este regalo antropológico, habrá que familiarizarse con otro miembro de la tropa, en este caso el perrito Guau, ese misterioso navegante del espacio exterior. Y quizá sus aventuras selenitas son lo menos sorprendente de esta afable tonadilla: creo que el perrito es Jesucristo, y todo es una reformulación de 2001: Una Odisea del Espacio, cosa que no voy a justificar porque creo que me he ganado el derecho a decir cosas sin dar más explicaciones.

Es importante notar que no es el primer rodeo del cocodrilo Drilo ni de toda su parentela: ya estaba vivito y coleando con su tremebundo rabo hace 9 años, por lo que no es del todo improbable que haya gente que disfrutara de esto en su infancia y que ya haya votado al menos una vez a la FE de las JONS. Cosa que no digo totalmente de broma teniendo en cuenta que su fandom en Molina de Segura debe ser lo suficientemente notable como para que construyan un complejo de entretenimiento dedicado a su escamosa figura, y que de 0 votos en 2019 hayan pasado a 13 en las últimas generales. ¿Crea Drilo falangistas? Yo creo que sí. Ahora tómate un yogur, y supéralo.

Sigamos surcando los cielos en un "Globo aerostático". Se abre aquí una nueva faceta del universo Drilo, que son los Cantabaila, tres joviales muchachas coletudas que se saltaron la clase en la que explicaron como sincronizar los labios con la canción, pero que en lugar de salir a fumar como cualquiera se largaron al polo Norte a rendirle pleitesía a Santa Claus, y éste ya tenía bastante con aguantar los efectos de haber lamido un sapo alucinógeno como para percatarse de que se encontraban allí unas mozuelas. Y mejor, porque en uno de esos delirios psicodélicos podría haberlas considerado monstruos hostiles y atropellarlas con el trineo.


Hora de rezar por el alma de la "tortuga Huga", que se fue un día a por tabaco y no volvió, quizá por estar hasta la concha de la dieta gasterópodo-vegetariana a la que la tenían condenada. Jamás se explica el destino de la tortuga, ni quién exactamente era su dueño, pero antes de que nos empecemos a hacer preguntas es hora de repasar la lección. La de los números, más precisamente. Cuidado con imitar el baile en según qué latitudes, porque si lo haces en Nuuk lo interpretarán como una declaración de guerra nuclear. En el resto del planeta es un mero plagio de Chimo Bayo: ¿"cinco y doy un brinco"? ¿No teníais nada mejor? Lo más grave, quizás, es esa incitación a los menores para que consuman cafeína en la sobremesa, que ya te digo yo que no acuestas tú a un niño a las nueve después de meterse un cortado ni prometiéndole una visita a Molina de Segura. 

Es probable que, llegades al ecuador de este nuestro infierno particular, os preguntéis: ¿es que acaso los animales también saben hablar? Tengo la solución a vuestras dudas. Resulta que sí, son capaces de emitir sonidos interpretables, pero cada uno el suyo: el gato hace miau, la gallina kikirikí, y las Cantabaila hacen como si quisieran estar ahí, bailando delante de una cortina verde. Es un guirigay, como el Congreso de los Diputados ahora que el gobierno socialcomunista ese que dicen que hay ha obligado a todo el mundo a comunicarse en occitano, o algo así me parece haberle entendido a Carlos Herrera esta mañana. Total que mi confusión estalla cuando descubre que este tema también aparece interpretado por un consorcio denominado La Banda de Ari Tikky, que no sé si son la comparsa original del cocodrilo Drilo, porque ahí aparecen claramente con las versiones de felpa de él, de Guau, y de Huga. Sospecho que este cártel, liderado por una especie de furra gatuna sacada de las peores pesadillas de Tom Hooper, rompió filas con nuestro querido aligátor bisexuado cuando salieron con "Cómo hace el cocodrilo", que es básicamente dos minutos de presión grupal para que revele cuál es su onomatopeya de referencia. Y antes que comérselos por los pies, eligió la opción madura de disolver la formación e irse con el perro Guau ese a Júpiter a desovar.

Hora de recordar que Fofó ha muerto. La mayoría de chavales que vean la locura esta no sólo no sabrán, ni les importará en absoluto, quién diablos fuera Fofó, un señor al que no vieron vivo ni sus padres, si no que como la mayoría de seres humanos funcionales, tendrán un pánico atroz a los payasos. La canción, circense y animada, presenta al cómico como un dictador con extraños fetiches psicomotrices: es, por supuesto, otra de esas canciones donde empiezan a repetir la misma cantinela añadiendo una tontería en cada iteración, para que las criaturas que no se hayan aburrido mientras tanto y preferido meter los dedos en un enchufe lo imiten, ejercitando a la vez locomoción y memoria. Lo recomiendan 9 de cada 10 pedagogues, y 10 de cada 10 electricistas.

Al oír a los animales decir cosas, me ha sorprendido que el soniquete elegido para nuestro paquidermo preferido, el elefante Pom Pom sea, obvio, "pom, pom, pom". No sé si hay un consenso, o un comité de la ONU que asigne a cada especie su voz única e intransferible, pero no he oído nunca lo de "pom, pom, pom." El caso es que el lobby de los grandes mamíferos parece querer solidificar esa idea, porque la siguiente canción, sorpresa, se llama "Pom, pom, pom". El pobrecico tiene una movilidad bastante reducida, pero eso no le impide brincar en su casa alegremente. Aunque la verdad sí que paga una póliza altísima.

Próxima estación: Shalambá. El expreso de Drilo abre sus puertas. Es un tren azul que hace cha-ca-chá, y está patrocinado por la propia pandilla, que supongo que tendrá una subsidiaria ferroviaria o algo, porque el maquinista es el mismo Drilo. En este tema se nos confirman dos cosas: este comando terrorista reptiliano vive en Honolulú, que la verdad parece menos urbanizado de lo que me imaginaba; y que "pom pom" es, además de lo que hace el elefante cuando salta, el sonido que hace un tambor invisible al ser golpeado por un perro y un tigre en perfecta sincronización.

Esto ya casi se termina, pero antes dos trámites. Rafa la jirafa tiene un solo bastante desaprovechado en el que se cantan alabanzas sobre su esbelta figura y su devoción por la horticultura: lo único reseñable es que hay dos cortes breves que parecen errores en los que se ve a Guau, desde su nave, a centenares de miles de kilómetros de la Tierra, observando cómo sus amigues se lo pasan de fábula sin él, cosa que tiene que ser dura para el primer perro en cruzar la estratosfera sin explotar. Al final, como apunte geográfico, se nos indica que "la jirafa de África es", para que ya cada cuál haga lo que quiera con esa información tan valiosa. Por último, las Cantabaila nos narran la fábula de Pinocho: en cada vuelta al estribillo, van quitando una palabra y sustituyéndola por silencios, hasta que el conjunto parece un rebaño de mimos teniendo un ataque epiléptico. Es como esos vídeos donde pixelan innecesariamente la imagen: la censura hace que te imagines cosas mucho peores que las que están omitiendo, sobre todo si empiezan "a Pinocho le crece la..." Pero bueno, espero que les pusieran buenísima nota en el TFG de Magisterio. 

¿Me he pasado? Seguramente, pero no he encontrado mucho verdaderamente objetable, así que hay que inventar alguna chorradilla. En realidad podía haber sustituido todo lo anterior por la siguiente foto de Angy y Drilo sin contexto (¿romance tórrido al canto?), y hubiera sido más o menos igual de representativa.

2 comentarios:

  1. Me encantaría ver por aquí al siempre olvidado y nunca bien ponderado Raulito, aquel pequeñín que, ataviado a la manera de una rockstar juvenil, nos destrozaba el "Que la dentengan" de David Civera, al que también querría ver por aquí.

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  2. Huelga decir que tanto Raulito como Civera están en nuestras oraciones, y en nuestro Hall of Fame:

    Civera: https://levantarlatapa.blogspot.com/2016/04/levantar-la-tapa-hall-of-fame-2015.html

    Raulito: https://levantarlatapa.blogspot.com/2020/05/levantar-la-tapa-hall-of-fame-2020.html

    Pero sí, por qué no, ambos merecen un repaso concienzudo, y me debo a mi público. Espéralos pronto.

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