Amistades Peligrosas, ese dúo español que es santo patrón de la tensión sexual no resuelta, a menudo queda denostado por los más sibaritas que los consideran un atentado al buen gusto. Es difícil llevar la contraria a tal opinión echando una ojeada a la portada de este su tercer álbum. Un montaje fotográfico renacentista, que bien podría ocupar el lugar central del comedor de un mesón alpujarreño, y que nos muestra a una deformada Cristina, cuyo torso atiende a proporciones dignas de los peores trabajos de Rob Liefeld, y a Alberto Comesaña, que nos mira concupiscente con esa corona dionisiaca de laureles. Pero toda descripción que pueda hacer yo palidece en comparación con la de Wikipedia, claro:
En la portada del álbum aparecen retratados los integrantes del dúo, Alberto Comesaña y Cristina del Valle, como si se tratara de una pintura clásica. Ambos llevan túnica: ella, color amarillo ocre y él, roja. Ella mira intensamente y apoya su mano izquierda sobre sus ricas tetas; él mira maliciosamente (en fase de excitación), porta en la cabeza una corona abierta de hojas de laurel y extiende su brazo derecho por detrás de ella con el dedo índice apuntando hacia arriba. Como fondo se ve una planta y parte del follaje de un árbol.
Ojalá me lo estuviera inventando. Supongo que atraer a este tipo de individuos es una consecuencia directa de esa excéntrica fusión de ritmos celtas y orientales, el activismo político de Ana Belén y Víctor Manuel, el libertinaje sin tapujos de Tata Golosa, y la espiritualidad de las Flos Mariae. Dice ese mismo artículo que es la separación de Cristina y Alberto la que propulsa el disco, y la que da pie a su primer tema, "Me quedaré solo", en la que podemos observar las características principales de Amistades Peligrosas.
Las voces de ambos integrantes se funden de manera melosa bajo una base de flautas new age, y emiten letras a caballo entre lo críptico y la vergüenza ajena. El estribillo es magnificente:
"Tía, sin tu alegría,
seré un pringao
Yo no me merezco la pena.
Tía, sin tu valía,
caeré en picao.
Me quedaré solo."
No hace falta descifrar estas palabras, en un español tan llano. El estribillo es difícilmente superable, más pegadizo que un chicle en el pelo. Cristina se deja llevar por el contrapunto y se desata en plan Enya de fondo, improvisando sobre el estribillo con etéreos "me quedaréeeeee". Es la pura línea que separa lo decente de lo insensato, línea que queda aún más difuminada por la canción siguiente.
"El príncipe valiente" es el tipo de alegato anarquista que no cabría esperar de un dúo que ignora la "d" intervocálica, o tal vez sea precisamente el tipo de alegato anarquista que cabría esperar de un dúo que ignora la "d" intervocálica, solo que con más gaitas. Esto está más cerca de lo estrambótico, con su "érase una vez, un viejo calcetín, que de monedas yo HENCHÍ". Es este tipo de locuras lo que me hace imposible decidir si criticar este disco en serio o de coña, porque este tema es espectacular y al mismo tiempo me ha hecho reír como un loco. La letra es anticapitalismo, antifeudalismo, antiguerra, antiestado, y antitiburones. Imagina la cantidad de estupefacientes que hay que consumir para cantar este tipo de cosas bakunianas en un disco cuya carátula parece la invitación a las bodas de plata de una pareja que se conoció en un crucero por el Caribe.
Una guitarrita con aires rancheros abre "Será", que es algo así como una balada lírica en la que la voz teatral de Cristina del Valle despliega un rango que va desde Paloma San Basilio a Paloma San Basilio después de un tequila. Es este un pastel de lagrimones, con voz llorosa, y violines de sacarina que intentan por todos los medios emocionar al oyente. Intento fallido: no soy un latin lover marbellí sexagenario.
"Pasos en el túnel" trata sobre los inadaptados y/o inmigrantes, pero de una manera bastante extraña, porque Alberto insiste en cantar "diles que no". Que no qué, Alberto. Como dato, con esta canción abrieron su actuación en el homenaje a Miguel Ángel Blanco. Bueno, no exactamente: Cristina decidió leer una carta en representación de los presos porque es miembro de una ONG de solidaridad de no se qué. Son gente muy activa y que está atenta a los problemas sociales, que dijo Matías Prats en su introducción. A ritmo de rumbita sandunguera, "Pasos en el túnel" se moja pero no se sumerge en el problema que sea que esté tratando, que lo desconozco.
¿He dicho ya lo muchísimo que suena Cristina como Ana Belén? Es casi un clon pero con un moño ochentero, diez años después de que pasara de moda. Alberto por su parte suena a un Bunbury de verbena, o algo por el estilo.
"Ángelus" toca por primera vez los temas religiosos, mezclándolos con los carnales con la sutileza habitual del grupo, aunque aquí no haga acto de presencia tan a menudo (pero vamos, que sabemos lo que quieren decir con "penetra en mi tu luz, lléname de ti"). La batería noventera, como downtempo, protagoniza la canción, como ocurre también en otros temas. "Hermanos de sangre" comienza vivaldesca, en plan concierto barroco, para luego verse afectada por el síndrome Graceland de ritmos africanos. A Amistades Peligrosas les cuesta el tema metáforas: cuando hay tambores tribales, es que la canción probablemente va de gente de color. No cuesta darse cuenta de que esa mezcla de clavicémbalo a lo Bach y polirritmos del trópico representa la fusión de culturas por la que aboga el grupo. Como ya digo, el simbolismo de Cristina y Alberto es bastante transparente.
Volemos a la balada Disney con alto valor calórico, una sobreproducción llamada "Estrella". Pop sinfónico de musical, que me hace pensar que si Cristina hubiera decidido llegar a Broadway ahora mismo podría ser la nueva Bernadette Peters o, como mínimo, su suplente en alguna representación de Sondheim de algún pueblo de Oklahoma. Se me vuelve a ir la pinza, creo.
La descripción de "Sacrifícate" de Wikipedia era muy prometedora, y ese sonido como de antro sadomaso desde luego es lo que me esperaba aproximadamente. Es una vuelta al sonido atrevido, con Alberto susurrando cosas semiobscenas bajo un ritmo dance bastante actual, o bueno, actual cinco años antes. Pero leñe, que son españoles, cinco años de diferencia son prácticamente nada.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? "Eloí Eloí" es otro intento de cuestionable éxito de mezclar lo celestial con lo terrenal, con Cristina canalizando a su Ofra Haza interior cambiando la pronunciación castellana para darle a todo un aire de Oriente Próximo. El intento, como he dicho, es cuestionable porque aquí la letra tiene aproximadamente sentido cero, lo que convierte la canción en algo más parecido a una blasfemia musical, independientemente de su temática hebraica.
El tema final es una cover, creo, de un tema original de la anterior banda de Alberto, Semen Up, cuyo nombre dice un poco todo. Un órgano eclesiástico abre la pieza, llamada "Bendita seas", un tranquilo tema chill-out-trip-hop-like-a-prayer en el que Alberto confiesa su amor de manera bastante educada para lo que nos tiene acostumbrados: nada de "te abriré la faja" o delicadezas similares. Promete amar a una sola mujer de manera galante, incluso, y pone a esta señorita en un pedestal. Aunque a saber a qué instrumento se refiere Alberto...
Bueno, el disco acaba ahí, y es una perfecta representación de la amalgama orgiástico-política-monacal del grupo mainstream más indomable e incomprensible del pop español. Una parte de mí respeta su atrevimiento, otra lamenta que sean tan fácilmente ridiculizables. Ojalá hubieran durado lo suficiente para grabar un LP conceptual a lo Nine Inch Nails, pero con látigos y mordazas.
VALORACIÓN: Hombre, no vamos a levantar la tapa porque es disfrutable más allá de su horterismo, que está a niveles previamente insospechados. La fusión es admirable, las letras son cómicamente decentes cuando no son ininteligibles y hay temas muy pegadizos. No me pillarán ni muerto escuchándolo en público, eso sí.
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