Cuando empezó 2016, había hueco para la esperanza.
Hoy se recuerda aquel año como el principio del fin, pero antes de que se murieran Bowie y Prince (y Harambe, aunque el el apropiamiento de su figura de primate por el movimiento criptofachabro le quita bastante gracia), antes de que entrara Trump a la Casa Blanca, del Brexit, del zika, de los interminables bloqueos parlamentarios, de la crisis de refugiados de la guerra civil siria y los atentados de ISIS, y del consiguiente auge de una ultraderecha europea que felizmente se aprovechó del miedo a la inmigración; antes de todo esto, tal vez aún quedaba una ínfima oportunidad para la redención de la raza humana.
Pero incluso si imaginamos que aquello nunca ocurrió, o al menos no todo junto, que hubiera prevalecido la cordura y el sentido común en alguna de las situaciones, la marca del diablo ya adornaba nuestra piel.
Una especie capaz del Roast Yourself Challenge es una especie abocada a la extinción.
