Francamente, yo hubiera jurado que en algún momento había escrito sobre este disco. Diez años hace ya desde que Abraham Mateo, ese niño rata con un bilingüismo sobrenatural, lanzara este artefacto que lo propulsó más allá de las fronteras del programa de Juan y Medio, todopoderoso. Y digo que en mi cabeza este artículo ya existía porque yo lo he escuchado ya, y quiero pensar que no estoy tan majara todavía, mucho menos en 2015 cuando mi siempre fiel Rate Your Music me indica que se produjo la escucha, como para chuparme 40 minutos de nuestro colega púber sin que de ahí salga por lo menos una crítica mordaz como las que me caracterizan. ¿Por qué, entonces, me sentí compelido a ponerme esta obra de pop adolescente nauseabundo? ¿Quizá por poder afirmar haber oído dos álbumes llamados AM de 2013? Es, y seguirá siendo, un misterio.
Con tal de resolver esta deuda que creía saldada pero que no parece estarlo, me dispongo a viajar a esa ya lejana época, donde Abraham Mateo era el objetivo más fácil, en lugar del 50% de la mejor canción del pop discotequero español en 20 años. Antes de que resurja esta Abrahamanía, esta vez con motivos bien fundados y sustentada sobre los sólidos hombros de la estelar Ana Mena, conviene recordar por qué este muchachito era tan infame, y si acaso merecía el oprobio.